Laura, al ver frente a ella a Alejandro, comenzó a temblar. La copa de vino que tenía en la mano se le escapó, rompiéndose en mil pedazos. Valentina, sorprendida por la reacción de su madre, se acercó a ella, tratando de recoger los vidrios esparcidos por el suelo, mientras le decía con angustia:— ¿Pero qué te ha pasado, mamá? Te has puesto pálida, parece que has visto un fantasma.Laura, con la mirada clavada en Alejandro, intentó controlarse para mantenerse en pie y respondió:— No me pasa nada, deja todo como está; la servidumbre se encargará de recoger los vidrios.Valentina, apenada por la actitud de su madre, se acercó a Alejandro para apaciguar el incómodo momento.— Bueno, no ha pasado nada, así que comencemos de nuevo. Madre, te presento a Alejandro Altamiranda, mi futuro esposo.“Dios mío, no puede ser que la madre de Valentina sea la mujer que amo”, pensó Alejandro, completamente incrédulo.Los nervios lo traicionaron; era más de lo que podía soportar. No sabía qué decir y
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