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Decisiones difíciles

Laura, al ver frente a ella a Alejandro, comenzó a temblar. La copa de vino que tenía en la mano se le escapó, rompiéndose en mil pedazos. Valentina, sorprendida por la reacción de su madre, se acercó a ella, tratando de recoger los vidrios esparcidos por el suelo, mientras le decía con angustia:

— ¿Pero qué te ha pasado, mamá? Te has puesto pálida, parece que has visto un fantasma.

Laura, con la mirada clavada en Alejandro, intentó controlarse para mantenerse en pie y respondió:

— No me pasa nada, deja todo como está; la servidumbre se encargará de recoger los vidrios.

Valentina, apenada por la actitud de su madre, se acercó a Alejandro para apaciguar el incómodo momento.

— Bueno, no ha pasado nada, así que comencemos de nuevo. Madre, te presento a Alejandro Altamiranda, mi futuro esposo.

“Dios mío, no puede ser que la madre de Valentina sea la mujer que amo”, pensó Alejandro, completamente incrédulo.

Los nervios lo traicionaron; era más de lo que podía soportar. No sabía qué decir y, en un impulso, soltó:

— Tú madre y yo nos conocemos.

— ¿Qué estás diciendo, Alejandro? —preguntó Valentina, sorprendida—. ¿Pero de dónde conoces a mi madre?

“¿Pero qué está haciendo? No puedo permitir que le diga la verdad a mi hija”, pensó Laura desesperada.

— Sí, claro que nos conocemos. Lo que sucede es que Alejandro es uno de mis alumnos de arte.

— ¿De verdad? No puedo creer tanta casualidad —expresó Valentina con una sonrisa de satisfacción—. Cariño, no me habías dicho que tomabas clases de arte. ¿Pero qué otra cosa no sé de mi futuro esposo?

— Es que lo nuestro ha sido muy rápido. Tú tampoco me habías hablado mucho de tu familia.

Laura sentía que no podía controlar los nervios, que en su rostro se reflejaba lo que existía entre ella y Alejandro. Esquivaba la mirada, pensando que si lo veía a los ojos, Valentina se daría cuenta de lo que sentía por él. Se cerró la bata, tapando su pecho; en ese momento, se sentía desnuda.

— Es mejor que pasemos a la sala de estar, pero antes voy a subir a mi habitación a ponerme algo más apropiado.

Samuel, de forma atrevida, comentó, poniendo aún más nerviosa a Laura:

— Por mí no se preocupe, profesora Rabel; la verdad es que usted siempre se ha visto bien con cualquier cosa que lleve puesta.

Laura se estremeció e inmediatamente se marchó a su habitación a cambiarse de ropa. Pero en realidad necesitaba estar sola; no podía asimilar lo que estaba pasando y quería tomar aire para poder pensar en frío cómo manejar la situación a partir de ahora.

Alejandro permanecía callado, aún no salía de su asombro, mientras Valentina, ignorando todo lo que estaba pasando, se encontraba feliz. El haberse enterado de que él era alumno de su madre fue para ella una señal de que Alejandro era el hombre indicado.

— Estoy sorprendida de que tú y mi madre se conozcan. Eso es estupendo, porque así ella tomará nuestra boda con más tranquilidad. ¿No te parece, cariño?

Alejandro estaba con la mirada perdida, recordando que hasta hacía solo unos días había hecho el amor con Laura; y ahora se encontraba en su casa pidiendo la mano de su hija.

“Dios mío, ¿y ahora qué voy a hacer? ¿Cómo me caso con Valentina sabiendo que a quien amo es a su madre?” pensaba atormentado.

— Cariño, te estoy hablando. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te has quedado tan callado? No me digas que te sientes incómodo porque te vas a casar con la hija de tu profesora.

— No, no me pasa nada, pero tienes razón; todo esto ha sido muy inesperado. Creo que es mejor que me vaya; siento que tu madre no está preparada aún para una noticia como esta.

— No digas eso, cariño; ella siempre ha sido así, complicada. Pero por favor, no te vayas; ni siquiera hemos podido hablar de la fecha de la boda.

(…)

Ya en la habitación, Laura se había tumbado sobre el lecho, llorando amargamente.

“¡Dios mío! No puede ser, esto no puede estar pasando. Esto es más de lo que mis fuerzas pueden aguantar. Soy la amante del prometido de mi hija. Esto es aberrante. Necesito hablar con Alejandro; él no se puede casar con mi hija”.

Al cabo de unos minutos, Laura bajaba las escaleras para enfrentarse de nuevo a su dura verdad. Se había cambiado de ropa, y Alejandro la miraba fijamente mientras ella descendía de la imponente escalera.

— ¿Desde cuándo son novios? —preguntó Laura, mirando directamente a Alejandro.

— Hace apenas unos meses, mamá, pero lo importante es que Alejandro ha venido a pedir mi mano.

— Me parece que unos meses es muy poco tiempo para tomar una decisión como esa. Creo que se están apresurando demasiado.

— Ya es una decisión tomada; Alejandro y yo estamos muy enamorados. ¿Verdad, cariño?

Alejandro miraba a Laura con nerviosismo; se sentía entre la espada y la pared, pero al mismo tiempo, de ese matrimonio dependía el poder recibir su tan anhelada herencia. Así que no le quedó otra alternativa que responder a Valentina:

— Sí, claro, Valentina y yo nos queremos y ya hemos fijado la fecha de la boda.

Laura respiraba profundo, tratando de controlarse mientras contenía las lágrimas, hasta que no pudo aguantar más y les dijo a ambos:

— Creo que no me siento bien; es mejor que tengamos esta conversación en otro momento. Disculpen, con permiso…

Se marchó subiendo las escaleras a toda prisa.

— Es mejor que me marche, Valentina; creo que no fue una buena idea venir. Hablamos mañana —dijo Alejandro, caminando a toda prisa hacia la salida de la lujosa mansión.

— ¡Alejandro, no te vayas! ¡Alejandro, por favor, espera!

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