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La doble vida de Alejandro

La joven Valentina había crecido viendo a su padre maltratar a su madre innumerables veces. Sin embargo, ver a su madre empujar por las escaleras a su padre fue un momento crucial en su vida que la dejó marcada para siempre.

Valentina, cada vez que veía a su padre postrado en la silla de ruedas, sentía mucho odio hacia su madre; por esa razón, se mantenía alejada de ella a pesar de vivir bajo el mismo techo. Como ya era mayor de edad, estaba dispuesta a casarse para poder alejarse definitivamente de ella. Laura no estaba al tanto de lo que pasaba realmente con la vida de su hija, por más intentos que hacía para acercarse a ella.

Valentina no terminaba de entender que Laura había recibido muchos maltratos por parte de Javier, y que gracias a eso, ella tuvo que defenderse para así evitar que él acabara con ella primero. Javier, completamente lisiado, ya no podía hacerle más daño a Laura; en todos estos años, él había pagado con creces todo el daño que le había hecho. Pero a pesar de eso, Laura le guardaba mucho rencor y no podía estar cerca de él porque sentía una gran repulsión. Es por esa razón que desde hace años había contratado a una enfermera que era la encargada de cuidar de él y suministrarle su tratamiento.

Aquel día, Laura no paraba de pensar en la conversación que había sostenido con Alejandro. Siempre había estado clara en que solo se trataba de una aventura casual; había una gran diferencia de edad, ya que Alejandro podía ser su hijo, y además era uno de sus alumnos, razón más que suficiente para no aspirar a más allá de un encuentro sexual. Sin embargo, al enterarse de que Alejandro estaba saliendo con una joven de su misma edad, hicieron despertar los celos en Laura, con lo que terminó por darse cuenta de que, sin querer, se había enamorado del joven.

Laura se sentía más sola que nunca, y por esa razón se había refugiado en la compañía que le daba Alejandro. Él, con su juventud, le había devuelto las ganas de vivir y la hacía sentir viva, cosa que jamás llegó a sentir con Javier. Estaba en su habitación, sabía que su hija Valentina había salido al encuentro de ese amigo que no le había presentado, vio a su alrededor y se sintió más sola que nunca, así que tomó su celular y pensó por un momento en llamar a Alejandro.

Lo dudó antes de hacerlo, porque ella había sido muy clara con él en que no se volverían a ver. Sin embargo, se preguntaba: “¿y si lo llamo y está con esa chica de la que me habló?” Pero esos pensamientos la hicieron desesperarse y hasta sentir celos, cosa que nunca pensó que iba a llegar a sentir por el chico. Así que, en medio de la curiosidad por saber en dónde se encontraba Alejandro, decidió llamarlo. El celular repicaba mientras Laura caminaba de un lado a otro de la habitación, comenzaba a ponerse nerviosa ya que, para su sorpresa, Alejandro no respondía sus llamadas. Pero la razón era porque él se encontraba con la chica en casa de sus padres.

“Soy una estúpida, de seguro debe estar con esa chica y por eso no me responde”, gritó Laura mientras lanzaba el celular sobre la cama.

Mientras tanto, en casa de los padres de Alejandro…

—Estoy emocionada, todo ha sido tan pronto. Ya estoy ansiosa de que conozcas a mi familia —decía Valentina emocionada.

—Sí, claro, yo también estoy ansioso de conocer a tu familia; casi no me has contado sobre tus padres —dijo Alejandro con una expresión que se veía claramente que su mente se encontraba en otro lugar y que, por más esfuerzos que hacía, no tenía ningún interés en la conversación.

Valentina le respondió:

—No te he hablado mucho de mis padres porque en realidad no existe una buena relación; mi madre y yo somos muy distantes desde que papá tuvo el accidente y quedó parapléjico.

—Lo siento mucho, Valentina; de haberlo sabido no te habría comentado nada.

—No te preocupes, Alejandro, no pasa nada. Pero cuando pidas mi mano, los conocerás —dijo con una pizca de esperanza.

Alejandro no estaba realmente interesado en casarse ni en conocer a la familia de Valentina. Sin embargo, se vio forzado a aceptar la propuesta debido a la grave enfermedad de su padre, quien deseaba verlo casado antes de morir. Para presionarlo a dar ese paso, su padre le impuso como única condición para recibir su herencia que debía contraer matrimonio primero. Así, Alejandro accedió a casarse con Valentina en contra de su voluntad, motivado únicamente por el deseo de cumplir la última voluntad de su padre y asegurar la tan anhelada fortuna. La verdad es que su verdadero amor era su profesora de arte, Laura, sin saber que Valentina era, en realidad, la hija de su amante.

Una semana después…

A pesar de la conversación que habían tenido Laura y Alejandro, donde ella le dejaba claro que no podían continuar viéndose, la debilidad por volver a estar juntos en la intimidad los había vencido a ambos. Las cosas se habían invertido para Laura, ya que el solo hecho de saber que el joven estaba a punto de casarse lo hacía ver aún más deseable ante sus ojos. Siempre supo que su relación era prohibida, no solo por la diferencia de edad, sino también porque era su alumno. Pero el hecho de imaginarse que a partir de ahora le iba a pertenecer a otra mujer, y que no iba a ser tan fácil tener esas salidas excitantes que habían disfrutado durante todos esos meses, la hizo querer verlo aún más. Alejandro se había convertido para ella en una adicción de la que no sabía cómo dejar.

Aquella tarde de domingo, Laura había decidido tomar un descanso, ya que al día siguiente tenía que dar clases a primera hora en la universidad. Javier se encontraba en su habitación al cuidado de la enfermera, y su hija no estaba; creía que se encontraba en casa de alguna de sus amigas. Ella jamás le decía a dónde iba, así que no le causaba preocupación, ya que siempre aparecía como si nada. Estaba con su bata de baño, disfrutando de una copa de vino, mientras pensaba en los últimos encuentros que había tenido con Alejandro, que, para colmo, habían sido muy recientes a pesar de querer terminar con esa relación.

De pronto, sintió que abrieron la puerta de la sala. Se levantó enseguida del sofá mientras decía:

—¿Valentina, eres tú?

—Sí, mamá, soy yo.

Valentina entró con una sonrisa a la enorme sala; se veía muy contenta. Se acercó a ella dándole un beso en la mejilla mientras le decía:

—No vine sola; traje a alguien que quiero que conozcas.

—¿Pero por qué no me avisaste antes? ¡Mira cómo estoy! No puedo dejar que alguien me vea así.

—No te preocupes por eso; te ves bien como estás. Además, muy pronto él formará parte de nuestra familia.

—¿Qué estás diciendo? No me digas que es lo que me estoy imaginando.

—Pues sí, mamá. Me voy a casar; me comprometí hace unos días con un chico del que estoy muy enamorada.

—¿Pero por qué no me lo habías dicho antes? ¿Y ese joven se encuentra aquí en casa? No entiendo por qué te empeñas en hacer las cosas a escondidas; soy tu madre, debiste decírmelo con anticipación.

—Ya no soy una niña, mamá, y no te había dicho nada antes porque sabía que te ibas a oponer. Por eso decidí traerlo sin avisarte.

—No entiendo por qué me tienes que tratar así; no me parece justo que yo sea la última persona en conocer a tu futuro esposo. ¿Acaso estás embarazada y piensas casarte tan apresuradamente?

—¡Claro que no! No se trata de eso; en realidad no quería que hicieras el drama que estás haciendo en este momento, pero si te vas a poner así, mejor le digo que se vaya y que venga el día que nos vayamos a casar, así no tendrás tiempo de impedir que me case con él.

—¡Valentina! ¿A dónde vas?

—Ya te dije, le diré que se vaya; creo que fue una mala idea traerlo de sorpresa.

—Ya, déjate de tonterías y dile a ese chico que pase.

—Está bien, pero por favor no me hagas pasar vergüenza delante de él. Porque te guste o no, ya tomé una decisión: me voy a casar con él.

—Muy bien, dile que pase, pero después tú y yo tendremos una conversación bastante larga.

Laura estaba furiosa; jamás se esperó que su única hija se casara tan pronto con un total desconocido para ella. Se tomó de un solo trago la copa de vino, se miró en el espejo de la sala y trató de acomodarse el cabello. No le dio tiempo para cambiarse y ponerse algo más acorde a la ocasión. Pero estaba tan molesta con su hija que, al final, no le importó quedarse como estaba. Se quedó mirando a través del enorme ventanal, mientras esperaba al misterioso prometido. Valentina entró a la sala y dijo con voz triunfante:

—Madre, te presento a tu futuro yerno, Alejandro Altamiranda

Laura y Alejandro se miraron fijamente, totalmente impactados, mientras que Valentina, ingenua de lo que estaba pasando entre ambos, sonreía llena de felicidad.

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