Esa noche, el silencio en la casa estaba cargado de algo inexplicable. Las luces suaves del salón daban un resplandor cálido, pero en el aire flotaba una atmósfera tensa, como si ambos mundos, el de madre e hija, estuvieran a punto de colisionar. Rosalinda notó algo diferente en su hija, algo que no había visto antes. Una firmeza, una determinación en su mirada que le resultó casi desconcertante. Algo había cambiado en Alya, y aunque intentó ignorarlo, no podía evitar sentirse inquieta.Alya estaba sentada en la mesa, con las manos entrelazadas sobre el mantel, observando a su madre con una calma que le resultaba difícil de entender. La joven no era la misma de antes. El brillo en sus ojos, la postura erguida, incluso la forma en que respiraba, todo en ella había cambiado.“¿Qué pasa, Alya?” preguntó Rosalinda, tratando de sonar casual, pero la inquietud no lograba esconderse completamente en su voz.Alya levantó la mirada, encontrándose con los ojos de su madre, y por un instante, se
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