El aire en la mansión donde se realizaba el evento estaba cargado de una tensión casi palpable. Bastian se encontraba alejado del resto de las personas en el salón principal, observando distraídamente los detalles del lugar, cuando escuchó el suave sonido de tacones acercándose. Al volverse, sus ojos se encontraron con los de Rosalinda, quien, con una sonrisa que no dejaba nada a la imaginación, caminaba hacia él con una gracia que dejaba entrever más de lo que pretendía.
“Bastian, qué sorpresa verte aquí aún.” Dijo ella, su voz suave y seductora como una melodía. La mirada de Rosalinda era cálida, pero había algo en ella que hacía que Bastian se sintiera incómodo, como si estuviera siendo observado desde un ángulo que no podía identificar. “¿Rosalinda? Creí que ya se había retirado” Su tono sonó más cortante de lo que había querido, pero no podía evitar sentirse ligeramente fuera de lugar bajo su mirada tan profunda. Ella soltó una risa suave, acercándose aún más. “No soy de acostarme temprano, ¿sabes?” respondió, con un brillo travieso en sus ojos.”Y tú tampoco pareces tener prisa por irte” Bastian notó cómo ella se detuvo a su lado, demasiado cerca, y cómo su perfume, una mezcla de flores exóticas y algo más... inconfundible, lo envolvía. El aire a su alrededor se sentía espeso, y él no pudo evitar tensarse. “No es que…” intentó decir, pero Rosalinda lo interrumpió, haciendo un gesto con su mano como si sus palabras no fueran necesarias. “Sé lo que piensas, Bastian.” Su voz se volvió más suave, casi como un susurro. “Crees que Alya es la mejor opción para ti, ¿verdad? Una joven inocente, dulce, llena de sueños y de promesas... Pero déjame decirte algo que quizás no has considerado.” Bastian frunció el ceño. Su instinto le decía que debía alejarse, pero no pudo evitar sentir curiosidad por lo que Rosalinda iba a decir. “Alya tiene el corazón puro, pero es solo una niña. No sabe lo que realmente quiere en la vida. Yo, en cambio, ya he recorrido este camino antes.” Se inclinó un poco hacia él, su respiración se hizo más profunda, más envolvente. “Tengo la experiencia para entender lo que un hombre como tú necesita. Lo que realmente busca un hombre.” La confesión lo dejó en silencio, pero Rosalinda no parecía apurada. Sus dedos rozaron suavemente su brazo, una caricia ligera, pero que encendió una chispa en su pecho. Bastian sintió cómo la piel de su cuello se tensaba. El calor de la cercanía de Rosalinda lo desconcertaba. Algo en su actitud, en su mirada, lo estaba haciendo dudar. ¿Qué estaba pasando aquí? “¿Qué estás sugiriendo?” Su voz salió más grave de lo que había planeado. Rosalinda sonrió con una dulzura peligrosa. “No estoy sugiriendo nada, querido. Solo quiero que pienses. Puedo ofrecerte mucho más de lo que Alya podría, no solo por la diferencia de edad, sino por la vida que he vivido. Soy una mujer que sabe lo que quiere. Y tú, Bastian... tú necesitas a alguien que sepa exactamente cómo hacerte feliz.” Los ojos de Bastian brillaron con una mezcla de desconcierto y aversión. —No es eso lo que estoy buscando... —dijo, en voz baja. Rosalinda no se apartó, sus ojos fijos en los de él con una intensidad que hacía que su respiración se acelerara. —No lo sabrás hasta que te des la oportunidad de conocerlo. —Su voz fue como un hechizo, suave, envolvente. —Solo... déjame mostrarte lo que podría ser. Bastian sintió un temblor recorrer su cuerpo, pero se mantuvo firme. La línea entre lo que quería y lo que sabía que debía evitar era delgada, casi imperceptible. Finalmente, apartó la mirada y dio un paso atrás. —Creo que es hora de irme. Rosalinda lo observó por un momento, con una sonrisa en los labios, como si ya supiera que había plantado una semilla en su mente. —Como gustes, Bastian. Pero recuerda... el tiempo pasa rápido, y las oportunidades, cuando se dejan ir, no siempre regresan. —Su voz se volvió una invitación que flotaba en el aire. Bastian, aún perturbado, dio la vuelta y salió del salón sin decir palabra, el eco de sus pasos resonando en la quietud de la mansión. -- Al día siguiente, Alya se encontró con Bastian en un café del puerto. Él la había invitado a encontrarse, y aunque dudó al principio, decidió asistir. Bastian la miró fijamente mientras Alya tomaba café, la sonrisa de siempre en sus labios. Pero algo en él estaba diferente, como si un peso hubiera caído sobre sus hombros, algo que no podía ignorar más. —Alya... —dijo con la voz un poco más grave de lo normal, interrumpiendo el suave murmullo de la tarde. Ella levantó la vista, sorprendida por el tono serio en su voz. —¿Qué pasa, Bastian? Pareces... extraño. Él se acercó lentamente, dejando que el silencio se instalara entre ellos por un momento. El recuerdo de las palabras de Rosalinda seguía pesando en su mente, aunque no sabía cómo decirle a Alya lo que había sucedido. ¿Cómo explicar algo tan incómodo sin herirla? “Tu madre... me habló anoche” comenzó, luchando por encontrar las palabras correctas. Alya sintió que se le helaba la sangre. “¿Qué pasó?” Bastian comenzó a jugar con unas servilletas que había en la mesa evitando mirarla a los ojos. “Me insinuó... que yo debería estar con ella en lugar de contigo.” Alya se quedó inmóvil, como si las palabras de él le hubieran golpeado el pecho. Un nudo se formó en su garganta, y el café ya no le parecía importante. “¿Qué?” su voz salió rota, incrédula, como si no pudiera comprender del todo lo que acababa de escuchar. Bastian asintió, pero no parecía feliz por haber tenido que compartirlo. “Dijo que ella tiene más experiencia... que sabe lo que quiero y que tú... aún no entiendes todo lo que implica una relación.” Alya tragó saliva, su corazón latía rápido, como si quisiera escapar. Un dolor punzante creció en su pecho, pero ella trató de no mostrarlo. ¿Cómo podía su madre haberle dicho algo así a Bastian? ¿Cómo se atrevía a competir con su propia hija? “¿Y tú qué le respondiste?” preguntó, aunque su voz ya temblaba. Bastian la miró, algo incómodo. “Le dije que no buscaba nada de eso. Pero... me preocupa cómo se comportó, Alya. No sé si tienes idea de lo que está pasando, pero tu madre no está... bien.” Alya no pudo evitar un leve temblor en su voz al hablar, aunque intentó sonreír para ocultar el dolor. “No quiero que te preocupes, Bastian. Es exactamente por eso que me cuesta confiar en la gente, ya lo ha hecho otras veces, no sabes lo que me ha costado aceptar cómo es.” admitió. “Siempre está buscando cómo sacar provecho de todo. Te agradezco que me lo hayas dicho, pero... no quiero que esto te aleje de mí. Lo que mi madre haga o diga... no tiene que ver contigo ni conmigo.” Bastian la miró por unos segundos, y aunque el temor de perderla lo había sacudido un poco, las palabras de Alya lo calmaron. Había algo en ella, algo más fuerte que cualquier manipulación, algo que lo hacía sentir que, al final del día, sólo a su lado quería estar. “Lo sé. Y no dejaré que nada me aleje de ti” respondió, aunque su tono seguía grave. Se acercó a ella y la tomó de la mano, con una suavidad que no quería perder. —Lo prometo. Mis intenciones contigo son sinceras. No estoy aquí para usarte de ninguna forma. Estoy aquí porque me importas. Ella lo miró, buscando algún indicio de mentira en su rostro, pero no encontró nada.Más tarde ese día, Bastian tomó una decisión. Fue a casa de Rosalinda y la confrontó directamente.Rosalinda estaba sentada en el sillón, aparentemente relajada, pero Bastian sabía que había algo más bajo esa fachada de calma. La misma mirada que la noche anterior, la misma sonrisa, aquella que parecía esconder secretos y promesas peligrosas.Él cerró la puerta tras de sí con un golpe seco, el sonido resonando en la estancia vacía.“Necesitamos hablar, Rosalinda” dijo con voz firme, su mirada fija en la de ella.Rosalinda levantó una ceja, sin sorprenderse, como si ya lo esperara. Sonrió, pero esta vez, la sonrisa no era cálida.“Claro, Bastian. Estoy toda oídos.” Su tono era suave, casi juguetón, como si estuviera más interesada en el desafío que en la conversación en sí.Bastian dio un paso al frente, apretando los puños, controlando la furia que sentía dentro de sí. No iba a permitir que se interpusiera entre él y Alya.“No me interesa lo que me dijiste anoche. No voy a estar conti
Esa noche, el silencio en la casa estaba cargado de algo inexplicable. Las luces suaves del salón daban un resplandor cálido, pero en el aire flotaba una atmósfera tensa, como si ambos mundos, el de madre e hija, estuvieran a punto de colisionar. Rosalinda notó algo diferente en su hija, algo que no había visto antes. Una firmeza, una determinación en su mirada que le resultó casi desconcertante. Algo había cambiado en Alya, y aunque intentó ignorarlo, no podía evitar sentirse inquieta.Alya estaba sentada en la mesa, con las manos entrelazadas sobre el mantel, observando a su madre con una calma que le resultaba difícil de entender. La joven no era la misma de antes. El brillo en sus ojos, la postura erguida, incluso la forma en que respiraba, todo en ella había cambiado.“¿Qué pasa, Alya?” preguntó Rosalinda, tratando de sonar casual, pero la inquietud no lograba esconderse completamente en su voz.Alya levantó la mirada, encontrándose con los ojos de su madre, y por un instante, se
Más tarde, esa misma noche...Bastian se encontraba sentado en la terraza, mirando las estrellas en el cielo nocturno. La conversación con Rosalinda aún lo perturbaba, pero lo que más lo inquietaba era la forma en que la mujer había manipulado cada palabra, como si estuviera jugando con él sin que él lo supiera.No pasó mucho tiempo antes de que Alya llegara. Entró sin hacer ruido, su figura iluminada por la luz tenue de la luna. Al verla, algo dentro de él se relajó. Su presencia siempre tenía ese efecto en él: calmante, reconfortante.Se sentó junto a él sin decir una palabra, pero la suavidad con la que se acomodó a su lado habló más que mil palabras. El espacio entre ellos era pequeño, pero lleno de un entendimiento tácito. Alya lo miró, con los ojos reflejando la misma inquietud que él sentía, pero sin preguntar nada, sabiendo que él tenía sus propios demonios que enfrentar."Todo va a estar bien," susurró ella, tomándole la mano. “Sé que lo que pasó hoy te incomodó. Pero estoy a
Alya Stevens miraba a través de la ventana del coche, con la vista borrosa por las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal. Se sentía nerviosa e insegura sobre lo que le esperaba en esa nueva isla. Se había mudado junto con su madre Rosalinda y su padrastro Bruno ya que le habían ofrecido a su padrastro una muy buena oferta laboral en una isla que estaba en su auge de expansión económica. Aunque era primavera, el cielo estaba gris y las nubes densas por lo que daban una sensación de melancolía. Alya, de 20 años, solía ser bastante introvertida en cuanto a expresarse sobre su vida con las personas, pero a menudo aparentaba ser extrovertida para no ser dejada de lado, siempre había una barrera emocional entre ella y los demás. Le encantaban la naturaleza y los animales.. La relación con su madre era distante, Rosalinda no la había querido desde que su padre biológico, Ector, murió dejando a su madre y a Alya en la quiebra. Desde entonces, Rosalinda, quien nunca había trabajado,
Más tarde, cuando el sol se estaba poniendo y la isla se había llenado de una atmósfera de misterio, Alya decidió explorar un poco. Bajó las escaleras y salió al jardín trasero, donde una pequeña puerta daba acceso a la playa. Alya se quedó mirando el agua brillar bajo el hermoso tono naranja del atardecer sintiéndose más tranquila.“¡Hola! ¿Quieres unirte a nosotros?”La voz inesperada la sobresaltó. Alya se giró y vio a un grupo de chicos y chicas, todos en trajes de baño, con tablas de surf y sonrisas amigables. La mayoría tenía una expresión de diversión y camaradería. El más alto de ellos, con una melena rubia y ojos azules, era el que la había llamado.“Eh, sí, claro,” Alya asintió, sintiéndose un poco tensa. “Soy Alya.”“Soy Dylan,” dijo el chico de cabello rubio. “Y estos son mis amigos. Violeta, Marcos y Esteban.”Violeta era la más extrovertida del grupo, con una risa contagiosa y ojos brillantes. “¡Hola, Alya! Bienvenida a la isla,” dijo, acercándose a ella y dándole un apr
El aire fresco de la mañana llenaba la habitación de Alya cuando se despertó. Thor, su gato, dormía plácidamente al pie de la cama. Era un día especial: Dylan celebraría su cumpleaños esa noche en una fiesta en la playa. Aunque apenas conocía a Dylan y a su grupo, había comenzado a sentirse parte de algo por primera vez desde que llegó a la isla.Rosalinda estaba en la cocina cuando Alya bajó las escaleras. “¿Qué planes tienes hoy?” preguntó su madre, sin apartar la vista de su taza de café.“Una fiesta en la playa,” respondió Alya, sirviéndose un vaso de agua.Rosalinda levantó una ceja. “¿Ya tienes amigos?”Alya ignoró el tono irónico y asintió. “Sí, mamá. Dylan me invitó. Es su cumpleaños.”“¿Dylan? ¿Cómo se apellida?” Rosalinda sonrió de forma peculiar.“Es de la familia Johnson, es muy humilde y parece buena persona”, exclamó Alya con un poco más de entusiasmo por el interés de su madre en saber de sus amigos.“Qué conveniente. La familia Johnson tiene una gran influencia en esta
La playa seguía vibrando con la energía de la fiesta de cumpleaños de Dylan. La hoguera lanzaba destellos cálidos que se reflejaban en los rostros de los invitados, mientras el sonido de la música se mezclaba con las risas y las olas. Alya estaba sentada cerca del fuego, junto a Violeta, mientras Dylan contaba una anécdota que hacía reír a todos.Sin embargo, ella no podía evitar sentirse observada. Cada vez que alzaba la vista, encontraba los ojos de Bastian fijos en ella desde el otro lado de la hoguera. Había algo en su mirada que la descolocaba: no era el interés superficial que había visto tantas veces en otras personas, sino una curiosidad más profunda.“Parece que alguien no puede dejar de mirarte,” susurró Violeta en tono burlón, dándole un codazo.“Déjalo,” respondió Alya, sintiendo cómo sus mejillas se calentaban. “Probablemente solo está siendo educado.”“Claro,” dijo Violeta, alargando la palabra. “Si ‘educado’ significa que te observa como si fueras la única persona en es
El aire en la casa de los Stevens estaba cargado. Rosalinda había notado algo inusual en los últimos días: la atención que Bastian Johnson le dedicaba a su hija. Lo había visto en la playa, observando a Alya como si nadie más existiera. Y, aunque en un principio pensó que era simple curiosidad, ahora estaba segura de que era algo más luego de que había pasado ya tres veces en estas semanas a buscar a su hija para llevarla a comer. Sentada frente al espejo de su tocador, Rosalinda sonrió. Si jugaba bien sus cartas, podría convertir la atracción que tenía Bastian hacia ella, era una oportunidad que beneficiaría a toda la familia. O, al menos, a ella misma. “Bruno, no olvides que tengo una cena en el club social esta noche,” dijo, ajustándose un par de pendientes. “¿Otra cena? Rosalinda, a veces siento que apenas estás en casa,” respondió Bruno desde la sala. Ella ignoró el comentario, ya pensando en cómo acercarse a Bastian sin parecer desesperada. No creía que fuera tan difícil a