El aire en el edificio estaba cargado de tensión. Ernesto, con los puños apretados, cruzó el vestíbulo a pasos largos. Apenas vio a Rogelio, su hombre de confianza, esperándolo junto al ascensor, lo fulminó con la mirada.— ¡¿Cómo carajos ocurrió esto, Rogelio?! — bramó, su voz resonando con furia.Rogelio dio un paso atrás, visiblemente tenso, pero mantuvo la calma. Su amigo nunca se mostraba furioso. Lo conocía desde hace años, era más que un amigo, era como un hermano para él. Sin embargo, ahora estaba muy molesto y no exactamente porque esa mujer la involucró, sino porque la razón de su ser ha sido lastimada. Rogelio nunca había visto a Ernesto tan interesado en una mujer, como lo está por la señorita Anaís, y debe admitir que le gusta ella para su amigo.— Ernesto, al parecer esa mujer ha estado siguiendo a la señorita Anaís.El hombre se acercó, invadiendo el espacio personal de Rogelio, su rostro rojo de ira.— ¿Siguiendo a Anaís? ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?A Ernesto no
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