Anaís bajó del coche con una apariencia que asustaría a cualquiera. Su vestido de novia, una vez blanco y elegante, ahora estaba cubierto de tierra, rasgado y manchado de sangre. Su rostro estaba marcado por un moretón y su cabello deshecho, como si hubiera salido de una guerra. Pero, de hecho, así había sido: una guerra en el día de su boda. Se sintió como una guerrera, lista para enfrentar a su enemigo.— Señorita Santana — dijo Ramiro, sorprendido de verla en ese estado —. He oído lo que sucedió. Lo siento tanto.Anaís lo miró con intensidad, su mirada decidida.— ¿Dónde está Lucrecia? — preguntó, su voz firme y llena de ira.Ramiro, al ver que la policía llegaba detrás de ella, supo que era el fin. Se hizo a un lado y la dejó pasar, sintiendo que el destino de todos estaba a punto de cambiar.Cuando Anaís entró, se dirigió directamente hacia el centro del salón, donde efectivamente se encontraba Lucrecia y Jorge bailando. El ambiente festivo se congeló en el instante en que aparec
Leer más