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Todos los capítulos de La Flor del Magnate: Capítulo 41 - Capítulo 50
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40. El gimnasio
Heinz había reservado el gimnasio entero para ellos dos. Comprendía que Ha-na no disfrutaría de la atención de extraños mientras entrenaban, y él, por supuesto, prefería tenerla para sí solo, aunque fuera solo en este contexto. La luz iluminaba las formas definidas de las máquinas y el equipo a su alrededor. Mientras estiraba, su mirada se fijó en Ha-na, quien estaba al otro lado de la sala ajustándose su coleta alta. La observaba sin pretender ser discreto, capturando cada detalle de su figura.Ella llevaba un conjunto deportivo completamente negro que abrazaba su figura esbelta y delgada, resaltando su feminidad con una elegancia encantadora. Heinz notaba cómo cada movimiento que hacía, por simple que fuera, destacaba su porte natural y la delicadeza de su cuerpo. Su cabello oscuro, liso como la noche, caía perfectamente sobre sus hombros antes de que lo recogiera, y esos ojos marrones, rasgados y profundos, eran los que realmente lo atrapaban. Esa mirada lo habían fascinado desde l
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41. La posición
El impacto no fue duro, pero la posición en la que quedaron fue sugestiva y electrizante a la vez. Heinz, apoyado con su diestra para no aplastarla y con la zurda debajo de la cabeza de ella, para que no se diera un mal golpe. Así, se encontró cara a cara con Ha-na. Sus cuerpos estaban medio agitados por ejercicio y por su descanso. El sudor en sus pieles brillaba bajo la luz suave del gimnasio. Sus ojos se encontraron, pero esta vez no fue una mirada fugaz, ni una simple coincidencia. Era una mirada que llevaba semanas acumulándose, cargada de una intensidad que ninguno de los dos había querido enfrentar hasta ahora.Heinz sintió una ráfaga de calor atravesar alma. La pupila oscura ensanchada en ese iris marrón de Ha-na lo miraban con una mezcla de sorpresa y otra cosa más. Algo que no podía identificar del todo, pero que lo atraía como un imán. Cada vez que la veía, algo dentro de él despertaba, una necesidad creciente de estar más cerca de ella, de tocarla, de sentirla. Y ahora, tu
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42. La intensidad
Ha-na se encontraba completamente perdida en el beso. Había algo en la manera en que Heinz la sostenía, en cómo sus manos se movían con destreza por su cuerpo, que la hacía sentir que estaba exactamente donde debía estar. A pesar de que no había amor ni enamoramiento entre ellos, esos ósculos se habían convertido en una droga para ambos, una necesidad que no podían negar. El roce de sus labios era como una descarga eléctrica que recorría su cuerpo, haciendo que cada uno de sus músculos se tensara bajo las caricias de Heinz. Además, desde unos instantes había podido sentir la firmeza de Heinz contra su humanidad y, ahora, bajo sus glúteos. Esa parte se marcaba y sobresalía con dureza en su pantalón deportivo. Era indecente, impúdico y atrevido, pero eso no era algo que la limitara o la hiciera sentir vergüenza. De algún modo, vivir bajo el mismo techo y haberse dado tantos besos, había hecho que su pena desapareciera y que tuviera más confianza con él.Los jadeos de ambos llenaban el e
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43. El mes
Después de cada sesión, cuando finalmente se separaban, ambos volvían a su semblante habitual. Era como si esos momentos no hubieran ocurrido, como si el fervor y la pasión que compartían en privado no existieran en el resto de su vida. Se despedían con un simple "buenas noches" o un formal "hasta mañana", y volvían a sus habitaciones, conscientes de que al día siguiente todo volvería a empezar.Heinz no podía evitar preguntarse cuánto tiempo podrían mantener ese equilibrio extraño entre la distancia en público y la cercanía en privado. En el trabajo, seguían actuando como si no se conocieran más allá de sus roles, como si los besos no existieran. Los demás, por supuesto, notaban lo distante que eran el uno con el otro, y eso solo alimentaba los rumores de que la relación entre ellos era puramente profesional, incluso fría. Nadie sospechaba lo que sucedía cuando las puertas se cerraban.Ha-na ante la rutina diaria de ignorar a Heinz durante el trabajo y luego entregarse a esos besos p
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44. La ebriedad
La cena continuó, y aunque Ha-na participaba en las conversaciones, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar. Sus compañeros la trataban con amabilidad, pero siempre había esa ligera barrera cultural que la hacía sentir un poco diferente. No era desagradable, simplemente… diferente. Estaba acostumbrada a ello, pero a veces, en situaciones como esta, se sentía como si estuviera en una vitrina, siendo observada desde lejos.Algunos de los hombres del grupo también la miraban más de lo habitual. Sus ojos recorrían su figura esbelta y elegante, pero Ha-na, acostumbrada a las miradas, simplemente ignoraba esos detalles. Sabía que su apariencia era diferente, y aunque no le incomodaba, prefería que no fuera siempre el centro de atención por esa razón.El reloj avanzaba, y la conversación en la mesa empezaba a calmarse. Sus compañeros de trabajo, muchos ya un poco afectados por el alcohol, seguían riendo y hablando, pero el ambiente se tornaba más relajado. Ha-na, observando la escena
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45. Las palabras
El trayecto en coche fue silencioso. Ha-na se acomodó en el asiento, apoyando la cabeza contra la ventana, mirando las luces de la ciudad pasar rápidamente. Su mente apenas veía figuras distorsionadas. Heinz tampoco parecía dispuesto a iniciar una conversación, y el silencio entre ellos era distante, pero no incómodo, debido al estado de ebriedad de ella.Al llegar a la mansión, Heinz la ayudó a salir del coche y la acompañó hasta la puerta. Sabía que había bebido demasiado, que había dicho cosas que quizás no debería haber dicho, pero en ese momento, todo se sentía demasiado confuso.Heinz la llevó hasta su habitación, asegurándose de que se recostara antes de marcharse sin decir una palabra más. Cerró la puerta con suavidad y la dejó sola con sus pensamientos, con el dolor y la confusión que seguían latentes en su pecho.Ha-na, ya tumbada en la cama, sintió cómo el cansancio y el alcohol la arrastraban hacia un sueño profundo. Mientras sus ojos se cerraban lentamente, sus últimos pe
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46. La frialdad
El peso de esas palabras cayó sobre él con fuerza. ¿Cuánto tiempo más podría resistir esa situación? ¿Cuánto más podría soportar verla cada día sin que ella compartiera ni un mínimo de lo que él sentía? La idea de que, a pesar de todos esos besos, de todas esas veces en que la había tenido tan cerca, ella aún no lo viera de otra manera, lo llenaba de una sensación de vacío. No sabía cuánto más podría aguantarlo.Se inclinó un poco más y, con una ternura que no solía mostrar, le dio un beso en la frente. Un gesto simple, casi inocente, pero que para él significaba mucho más. Quería protegerla, cuidarla. No solo quería sus besos, quería ganarse su corazón, pero sabía que eso era algo que no podía forzarse.Con una última mirada, se enderezó y salió de la habitación en silencio. Caminó por el pasillo, sus pasos resonando levemente en la mansión vacía. Al llegar a su propia habitación, cerró la puerta tras de sí y se dejó caer sobre la cama, exhalando un suspiro pesado.Miró al techo, con
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47. El nuevo
Erik era un hombre alto y corpulento, de cabello castaño claro y ojos verdes brillantes. Su sonrisa era cálida, de esas que fácilmente lograban ganar la confianza de las personas. Vestía un traje gris oscuro que complementaba su apariencia profesional, pero su actitud relajada y su tono jovial contrastaban con la seriedad de la oficina.—Sí. Es una casualidad encontrarnos aquí. Ha pasado mucho desde la universidad —dijo él, acercándose con confianza y extendiendo su mano hacia Ha-na.Ella, sonriendo, tomó su mano con naturalidad.—Tienes razón. Ha pasado bastante —respondió Ha-na con alegría.La sonrisa de Ha-na era amplia y brillante, algo que no había mostrado en mucho tiempo. Era como si el peso que llevaba encima se hubiera aligerado por unos momentos. Esa sonrisa, una que Heinz no había visto desde hacía semanas, iluminaba su rostro. Sus ojos marrones, cálidos y llenos de vida, reflejaban la sorpresa y alegría genuina de reencontrarse con alguien del pasado.Mientras ambos interc
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48. Los hermanos
Heinz observaba cómo Ha-na y Erik pasaban más tiempo juntos. No es que estuvieran solos todo el tiempo, pero la simple presencia de Erik lo incomodaba. Erik, con su sonrisa fácil y sus comentarios relajados, parecía capaz de hacer lo que él no podía: hacer que Ha-na se riera. Heinz había notado que ya no la hacía sonreír. Pensaba en esto cada vez que estaba solo en su oficina, mirando su pantalla sin prestar atención a lo que tenía frente a él. Se había vuelto distante, no porque quisiera, sino porque sentía que ya no podía competir con esa naturalidad que Erik tenía con ella.A veces, en la soledad de su despacho, Heinz se preguntaba qué había hecho mal. Recordaba el contrato de besos, cómo todo había comenzado como un acuerdo frío y calculador, y cómo, con el tiempo, había esperado que algo cambiara. Había querido que esos besos fueran más que un simple acuerdo. Y, durante un tiempo, había pensado que lo eran. Pero después de aquella noche en que Ha-na se emborrachó y le confesó que
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49. El informe
Ha-na sabía que los empleados continuarían murmurando sobre esta visita por el resto del día. La llegada de los hermanos de Heinz no solo era un evento inusual, sino que también revelaba un lado de su jefe que la mayoría desconocía. Aunque Heinz siempre había sido reservado sobre su vida privada, este encuentro mostraba que había mucho más en su familia de lo que cualquiera podría haber imaginado.Cuando las puertas de la oficina de Heinz se cerraron tras los hermanos, los empleados finalmente comenzaron a retomar sus actividades, aunque las miradas furtivas y los comentarios aún flotaban en el aire. Nadie podía dejar de comentar lo increíblemente atractivos que eran los tres hermanos Dietrich. Era como si cada uno de ellos encarnara una versión idealizada del éxito, el poder y la belleza.Ha-na, mientras tanto, intentaba retomar su trabajo, aunque su mente seguía centrada en lo que acababa de presenciar. A pesar de todo el tiempo que había pasado con Heinz, seguía siendo un misterio
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