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Todos los capítulos de La Flor del Magnate: Capítulo 111 - Capítulo 120
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110. La esponja
Heinz, en un impulso, se puso una bata y fue al cuarto de Ha-na. Halló la puerta cerrada y fue al baño. Estaba agitado por la idea de colarse en la habitación de ella.—¡Ha-na! —dijo él con voz temblorosa.Ha-na lo escuchó y cada parte de ella tembló. Si estaban cerca, no sabía lo que pasaría. Ya hasta escuchaba la voz de Heinz de forma nítida.Heinz accedió y vio el cuerpo desnudo de Ha-na a través de los cristales empañados. Estaba de espalda, por lo que la observaba en la retaguardia, el dorso y sus virtudes, mientras el cabello oscuro, lacio y largo, se adhería a su espalda como una segunda piel. Se quitó la bata y se adentró en el pequeño lugar. La abrazó por detrás, colocando sus manos en el vientre de ella.Ha-na se estremeció y sus vellos se erizaron ante el contacto de Heinz. Se dio vuelta y admiró el torso marcado de él. Alzó la cabeza y lo miró directo a los ojos azules. Su contrato solo estipulaba besos, pero ya habían dado tantos. Esos mismos ósculos habían sido una bomba
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111. Sin pudor
Ha-na llevó sus dos manos al atributo de Heinz; era duro y la sensación era áspera. Ni siquiera lo sabía, solo fue un acto reflejo de su instinto femenino. Acumuló saliva en la boca y la echó sobre el talento erguido de él y sus palmares. Empezó a frotarlo de manera intermitente y sin cadencia.Heinz la miraba desde arriba. El contemplarla allí, haciendo eso, hacía que se endureciera más.Ha-na se apoyó en los muslos de él. Abrió la boca y percibió la franqueza de Heinz en su paladar. Inició a mover la cabeza, lagrimeando por la acción primeriza. Sus ojos oscuros se cristalizaron al estar degustando tal virilidad en su interior. En algunas ocasiones tomaba aliento y luego lo intentaba de nuevo. No podía abarcarlo por completo y golpeaba en su garganta. Ella jadeaba con dificultad, al igual que él.Heinz le recogió el cabello y puso sus manos a los costados de la cabeza de Ha-na, mientras ella continuaba su maravilloso acto en su firme virtud. Minutos después, ella lo hizo llegar al cl
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112. El acomplamiento
Las embestidas encendían más su piel, en un ardor que recorría sus cuerpos y los envolvía en un torbellino de emociones. Los suspiros entrecortados se mezclaban con el sonido de sus respiraciones aceleradas, creando una melodía íntima que solo ellos podían entender. Era como si el universo entero conspirara para intensificar ese momento, para hacer que cada segundo fuera eterno.Allí, acoplados, sus cuerpos se entendían como si hubieran sido creados el uno para el otro, encajando con una perfección que desafiaba cualquier lógica.No había barreras, no había miedos. Solo existía esa entrega total, ese deseo de fundirse en uno solo, de perderse en la intensidad del momento. Era más que pasión; era una danza entre dos almas que se buscaban, que se reconocían y que se encontraban en el abismo de sus emociones más profundas. El acto de unirse superaba y borraba todas las fronteras de sus países y continentes, pero también su diferencia de edad y de estatus social se hacía nula al fundirse
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113. La primera
Así, sus batas cayeron al suelo, el sonido fue casi imperceptible, pero marcó el inicio de algo que ambos habían anticipado en silencio. Heinz no perdió tiempo. Recorrió los hombros de Ha-na, acariciando su piel suave y pálida hasta llegar a su busto. Ella contuvo el aliento, sintiendo cómo sus dedos exploraban cada detalle.Heinz inclinó la cabeza y llevó sus labios a uno de los pechos de Ha-na. Lo rodeó con su boca, caliente y húmeda, y comenzó a chupar con una intensidad que hizo que ella arqueara la espalda. Sus manos no se quedaron atrás; apretaban y masajeaban con firmeza, dejando marcas rojizas que contrastaban con la blancura de su piel. El morado era una marca de posesión, una señal de que, en ese momento, ella por fin era suya.Ha-na no podía evitar los estremecimientos que recorrían su cuerpo. Los movimientos de Heinz, los mordiscos, la llevaban a un estado de éxtasis que apenas podía controlar. Jadeaba, intentando mantener la compostura, pero la rudeza y voracidad de Heinz
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114. La electricidad
Ha-na estaba encantada y como poseído por el espíritu de la lujuria. Sus ojos oscuros resplandecieron ante la fortaleza y las palabras de Heinz. En serio, ese hombre le fascinaba cada vez más, aunque al principio lo hubiera odiado. Estaba loca por el chico con el que había hecho un contrato de besos, pero que había trascendido al acto cúspide que podían hacer los amantes. Se colocó encima de Heinz, su cuerpo desnudo y radiante bajo la tenue luz de la habitación. Desde esa posición, podía ver su rostro con claridad: esos ojos azules intensos que la observaban con una mezcla de deseo y admiración. Ella lo miró desde arriba, sintiendo cómo su propio corazón latía con fuerza mientras sus manos se deslizaban por su pecho musculoso. Con un movimiento lento pero seguro, levantó la cadera y, con su mano derecha, guió la firme virilidad de Heinz hacia su intimidad. La sensación de llenarse con él una vez más la hizo contener el aliento, y por un momento, sus ojos se cerraron, disfrutando de la
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115. El entrelazamiento
Heinz notaba como su control habitual se había hecho añicos. Toda su compostura, aquella frialdad calculada que lo había definido por años, había quedado atrás, reemplazada por una sensación de entrega total. Sus músculos, tensos y vibrantes, se movían casi por instinto, guiados únicamente por el profundo deseo de fundirse con Ha-na en todos los sentidos posibles. Su mente apenas podía procesar el cúmulo de sensaciones que lo atravesaban como una corriente eléctrica: el roce de su piel contra la de ella, la calidez que lo embarcaba, el sonido de su respiración que llenaba sus oídos.Ha-na estaba convulsionando por el placer. Sin embargo, la forma en que la miraba, como si ella fuera lo único que existía en el mundo. Esa mirada azul, intensa y cargada de emociones, la desarmaba. Sus ojos entrecerrados captaban destellos de sus expresiones: la concentración en su rostro, el ligero temblor en sus labios, el sudor que brillaba en su frente. Todo eso le hablaba de una entrega sincera, de u
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116. La mañana
La habitación, sumida en el silencio de la noche, albergaba dos cuerpos que finalmente habían encontrado descanso. Después de horas de unirse en un frenesí de emociones y sensaciones, Heinz y Ha-na se habían rendido al agotamiento, sus respiraciones aún acompañadas como un eco de su conexión reciente. El calor de sus cuerpos impregnaba el lecho, como evidencia de la intensidad a la que habían sucumbido sin ningún pudor, mientras el aire en la habitación seguía denso con el aroma de la intimidad.Heinz dormía abrazándola, su brazo descansando con naturalidad sobre la cintura de Ha-na, como si temiera que pudiera alejarse incluso en sus sueños. Su cuerpo, aún cálido y húmedo, estaba relajado, pero su expresión mantenía un leve rastro de la intensidad del día anterior. Los músculos de su rostro, normalmente tensos y controlados, ahora se muestran suaves. Había en él una tranquilidad que rara vez se permitía sentir, como si, por primera vez en mucho tiempo, hubiera dejado caer todas sus d
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117. La complicidad
Después de cepillarse los dientes, Heinz abrió la llave de la ducha, y el agua caliente comenzó a caer, llenando el sitio con vapor. Ha-na entró primero, dejando que el líquido corriera por su cuerpo, llevándose consigo las últimas huellas de la noche anterior. Heinz la siguió, y por un momento, simplemente se quedaron allí, disfrutando de la sensación afable que humedecía sus pieles.Pero no pasó mucho tiempo antes de que la tensión entre ellos volviera a crecer. Heinz se acercó a Ha-na. Sus manos recorrieron la angosta espalda blanca de ella y le dio besos en los omóplatos.Ha-na se volvió hacia él y sus labios se encontraron en un beso apasionado. El vapor los envolvía, creando una atmósfera íntima y cerrada, como si estuvieran en su propio mundo.Heinz de forma decidida, giró a Ha-na y la apoyó contra la pared de cristal de la ducha.Ella se inclinó hacia adelante, con sus manos planas contra el vidrio. Con un gemido ahogado, Ha-na sintió cómo Heinz se hacía paso en su interior un
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118. La pasión
El reloj marcó el fin de la jornada; ambos sintieron una mezcla de alivio y anticipación. Ha-na recogió sus cosas con calma, asegurándose de no cruzarse demasiado con Heinz mientras los demás empleados salían de la oficina. Él esperó en su despacho hasta que el edificio comenzó a vaciarse, revisando documentos con una concentración que no era del todo genuina.Así, cuando el silencio dominó el espacio, Ha-na apareció en la puerta de su oficina. Solo lo miró con una mezcla de complicidad y expectativa. Heinz dejó los papeles a un lado y se levantó. Su imponente figura iluminada por la tenue luz del despacho.Las luces de la ciudad nocturna se derramaban a través de las ventanas, bañando la oficina en un resplandor tenue y etéreo. Allí, en medio del elegante mobiliario y el aroma empresarial, Heinz y Ha-na estaban inmersos en un torbellino de emociones que habían contenido durante demasiado tiempo. Todo alrededor parecía desvanecerse mientras sus miradas se encontraban, tensas pero carg
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119. La camisa
Heinz le desabotonó la camisa de secretaria. Lo hacía con una combinación de control y devoción, como si el acto fuera de un ritual sagrado. Sus dedos trabajaban con precisión, pero su mente estaba inundada por el impacto de tenerla tan cerca, así de entregada y, al mismo tiempo, tan poderosa en su presencia. La tela se deslizó de sus hombros y la arrojó al escritorio. Inhaló profundamente, notando la delicada mezcla de su perfume floral con el calor que emanaba de su piel caucásica. Su mirada se detuvo en el contorno de su figura, ahora cubierta solo por el brasier que parecía enmarcar la elegancia de su cuerpo. Era fascinante cómo podía conjugar fuerza y ​​suavidad, cómo su piel parecía brillar bajo la luz tenue de la oficina. El contraste entre el paisaje nocturno tras las ventanas y la calidez de su presencia hacía que el momento se sintiera irreal, como si ambos estuvieran en un mundo aislado del tiempo y las obligaciones.Ha-na, ante el ligero roce de sus dedos al despojarla de
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