No me preguntó si había discutido con Daniel, sino que se limitó a mirarme con tristeza y me preguntó de dónde venía la sangre. En sus ojos vi el miedo, que me era tan familiar, el mismo que había visto antes, tras las huellas del abuso que había sufrido por parte de mi padre biológico, ante de que se casara de nuevo.No quería que se preocupase, así que sonreí y, quitándole importancia, le dije que no era nada. Mi madre respiró aliviada y me instó a que fuera a descansar. A pesar del dolor, regresé a mi habitación y me tumbé en la cama, con el sudor frío chorreando por mi frente. Luego de tomarme algunos analgésicos, cerré los ojos, intentando dormir, pensando en que, si lo hacía, dejaría de sentir el dolor. En mis sueños no había un Daniel feroz, ni una madre siempre llorosa, y parecía que regresaba a los momentos más dulces con Daniel. En aquel entonces, aún vivía en un barrio marginal al sur de la ciudad, disfrutando de un amor puro. Caminábamos de la mano, vagando sin rumbo por l
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