No pude resistirme más. Necesitaba los besos de Marcus, de sus caricias. Yo estaba demasiado sensible, requiriendo, con locura, estar en los brazos de ese hombre tan divino que me despeinaba y hacía burbujear mi sangre. Lo ansiaba, lo anhelaba, lo deseaba. Por las noches soñaba con su cuerpo enorme, igual a un camión, lleno de vellos y quería volver a saborear nuevamente el dulzor de sus labios, hasta quedar ebria de él, sumirme en la inconsciencia y urgía que me haga completamente suya. Me estremecía pensando en él, en sus manos recorriendo mi piel, en su aliento, quería verme en sus ojos y quedar eclipsada a su mirada tan dominadora y de auténtico macho alfa. En mis horas de alcoba él aparecía señorial como un caballero de las cruzadas, en su corcel blanco, gallardo y altivo y convertido en un guerrero persa en su carruaje, hermoso y cautivante. Yo rendida a él, me le entregaba plenamente. Hacíamos el amor bajo las estrellas, junto al arco iris, en paradisíacos oasis, en islas desi
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