Marcus al fin superó la sorpresa y sus manos sujetaron mis posaderas y empezó a estrujarlas con deleite. Los leggins habían surgido efecto, yo me veía muy apetitosa, mostrando mis redondeces, y él no pudo resistir más a la tentación. Se empalagó con mis sentaderas que a él tanto le gustaban. Él no me lo había dicho pero yo sabía que se deleitaba con mis curvas y formas cuando me veía irme, mirando y admirando mis caderas, mi cadencia y la forma cómo menaba la cintura igual a un barco naufragando en medio del océano. Mis llamas se alzaban como en un gran incendio y yo no podía controlarme. Besaba afanosa la boca de Marcus, lo encadenaba mis tobillos y mis uñas se aferraron a su inmensa espalda, haciéndole surcos enormes. Él logró zafarse de mis besos y comenzó a lamer mi cuello, mis orejas, el canalillo de mi busto y eso hizo que yo me excitara aún más, echando mucho humo de mis narices, de mi aliento y hasta de las orejas. La candela chisporroteaba en todos los poros de mi adorabl
Me duché apurada. En el baño encontré cepillos sin estrenar, pasta dentífrica, jabones recién comprados y toallas, también, novísimas. A Marcia le gustaba renovar siempre los artículos de aseo. Ella sabía que Marcus llevaba casi en forma cotidiana a sus amantes a casa cuando ella y Doris se iban, por ello habían en toda ocasión los utensilios recién comprados, alineados junto a la ducha. Después de eso fui de prisa a preparar el desayuno a Marcus, él seguía durmiendo, tumbado en la alfombra. Apenas me desperté lo cubrí con una gran frazada. Él aún tenía el rostro pintado de felicidad y no podía borrar la larga sonrisa que se dibujaba en sus toscos labios. La velada había sido, en realidad inolvidable. Yo había llevado ropa interior en mi canasta, también un short y una camiseta bien dobladitas. Ya saben, chica prevenida, goza toda la vida. Había de todo en el refrigerador. En eso también se preocupaba Marcia, para que la casa estuviera bien abastecida. Esa mujer me parecía muy e
Yo jamás había llorado por un hombre tanto como lo hacía por Marcus Green. Me parecía perfecto en todo el sentido de la palabra. Majestuoso, hermoso, altivo, gallardo súper romántico y lo que hacía o decía era una melodía, una poesía que me encandilaba y me emocionaba. Yo no quería que mis padres me vieran llorando, así es que me encerraba en el baño o me hundía en mis almohadas, ahogando mi llanto porque me sentía muy dolida y humillada y mi único consuelo era llorar amargamente. No sabía qué hacer tampoco. Marcus no me quería. Yo estaba segura que lo había enamorado, que había un sentimiento especial entre los dos, que yo era su amante, también perfecta, y que juntos haríamos una postal de pasión y emoción por el resto de nuestras vidas, incluso yo me entregué a él plenamente, sin embargo él amaba a otra mujer y lo peor que ella era casada. Green se había dejado envolver por una traidora al lecho conyugal y lo que resultaba aún más irónico en ese enredo sentimental es que su v
-Ese tipo estacionó su carro donde no debía y me insultó, él es el culpable de todo-, decía muy alterado mi padre lazando puñetazos al aire, rebuznando como un rinoceronte furioso. Intenté calmarlo, pero él era un barril de pólvora a punto de hacer explosión. Los policías querían llevarlo detenido. -Ese tipo fue el que inició la pelea-, reclamé, también colérica defendiendo a mi padre. Los vecinos me estimaban mucho, sabían que yo era doctora, que ayudaba a pacientes con problemas graves, y se pusieron de mi lado. -Es verdad, allí está el carro, frente a la cochera de los Povilaityté. El señor vende periódicos, es un hombre honrado y bueno, él es picapleitos, al otro llévenselo detenido-, dijeron a una voz a los vecinos. Eso me alegró y emocionó mucho. No éramos parias, después de todo. El sujeto tuvo que irse humillado. Los policías sin embargo recomendaron a mi padre ser menos violento. -Ay papá, ya no sé qué hacer contigo-, me molesté con él. Mi padre regaló pegatinas y revi
Mi intención era saber sobre los sentimientos de Jefersson y tratar de encontrar una solución a sus pesares, conseguir que recupere la fe, el entusiasmo y nuevamente sienta deseos de vivir y no de matarse o estar amenazando con hacerlo. Yo sabía que él era un empresario exitoso y por tanto hecho para los desafíos, entonces debía rescatar esos sentimientos de "puedo hacerlo" que permanecían ocultos en el interior de su alma, escondidos en algún rincón entre sombras de sus sentimientos. Yo había explorado sus miedos, sus temores, su forma de ser tan taciturna y apagada, su frustración por no poder concebir hijos y hasta su malhumor y las intenciones de matarse, para dejar de sufrir, sin embargo no había explorado sobre lo más profundo de su alma, si es que era capaz de amar, otra vez, como lo había hecho en su anterior relación, qué tan lastimado se encontraba, si tenía fijación en alguna otra mujer o si deseaba reanudar una vida sentimental acompañado de una persona distinta que lo
Estaba tan dolida, sentía mi corazón hecho añicos, me encontraba desalentada y humillada, vencida por mi propio orgullo, que esa noche me la pasé llorando y escribiendo poemas para el poemario que me había pedido Antonella, sumida en el llanto, gimoteando como una adolescente. Ella me había seguido insistiendo en que complete las 200 poesías y que estaba muy entusiasmada con mi trabajo. Yo tenía algunos garabatos en un cuaderno y con los que me fui inspirado por la decepción, fui completando lo que ella me pedía para el libro. -Ya tengo casi todos los poemas listos, me faltaban unos cuantos-, le escribí a su móvil. -Mándame uno, me muero de ganas de leerlos-, estaba ella muy entusiasmada. Elegí al azar, "Tuya", que en realidad era un canto a Marcus, una confesión de lo que sentía, a ese dolor que tenía clavada como una daga abriéndome el busto. -Soy solo tuya, la sombra que te acompaña y el viento que sutil te acaricia. Eres el dueño de mis labios y de los latido
-Wow, tú sí que estás enamorada-, me dijo extasiada Antonella. Era obvio que las llamas se habían encendido en sus entrañas y se sentía sexy y sensual. Los poemas habían motivado su máxima feminidad. Eso saltaba a la vista pues hasta sus pechos parecían globos emancipados en su blusa. -¿Te gustan?-, yo estaba muy entusiasmada por la euforia de ella. -Me encantan, ¿a quién le cantas?-, se interesó Antonella. -A un hombre que me decepcionó-, le confesé. -Vaya sí que es un tonto, fallarle a una mujer tan hermosa, bellísima como tú, y tan romántica, con un corazón muy amoroso-, me elogió la editorial. -¿Cuál te gusta?-, yo me sentía en la gloria. -"Bandida", me ha impactado-, me dijo. De pronto Antonella se puso de pie, jaló su minifalda, se soltó los pelos, se sacó los lentes y comenzó a recitar igual si fuera una mujer muy sufrida, haciendo gestos, declamando como si de repente estuviera delante de un selecto auditorio. -Esta noche asaltaré tu corazón convertida en
Julissa había dejado a su esposo y se alojó, de repente, a la casa de Marcus Green. Eso me lo dijo Marcia. Me llamó llorando una noche que tenía turno de madrugada en la clínica. Yo tomaba un café muy caliente y comía galletitas porque hacía mucho frío, cuando mi móvil empezó a timbrar iracundo y en forma reiterada. -¿Qué pasa, Marcia?-, me alarmé. Ella estaba llorando a gritos. -La amante de Marcus se ha mudado a la casa, está viviendo con él-, le entendí en medio de sus sollozos., Fue difícil porque ella no dejaba de chillar. Estaba demasiado dolida y afectada. -¿Qué ha dicho la mamá de Marcus?-, me alarmé. Ella se fue a Londres, abandonó la casa-, me contó en medio de su llanto. Eso no lo sabía. La madre de Marcus había hablado, hacía apenas dos días con Brown y le informó que su deseo era que su hijo continúe el tratamiento y las terapias para sacarse esa absurda idea de que provenía del siglo XVIII y que le impedía desenvolverse como una persona normal. -Marcus ya e