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Todos los capítulos de Hasta enamorarnos: Capítulo 51 - Capítulo 60
65 chapters
Las ruinas de una mentira
Samanta caminó tambaleante por el borde de la carretera. Sus manos temblaban y su mente estaba nublada por todo lo que había vivido últimamente. No había avanzado mucho cuando una patrulla se detuvo a su lado. —¡Alto ahí! —ordenó un oficial al bajar del vehículo. Al verla tan pálida y desorientada, se acercó con cautela—. ¿Está bien, señorita? Samanta solo asintió, incapaz de hablar. Los policías la reconocieron de inmediato y, tras confirmar su identidad, la llevaron a la comisaría. Dentro, le hicieron varias preguntas. Les contó lo que sabía sobre su secuestro y mencionó haber visto a Sara en ese lugar, aunque no tenía idea de su ubicación exacta. Minutos después, Alberto y Tatia irrumpieron en la sala. Al verla, Alberto la abrazó con fuerza. —Gracias a Dios estás bien —susurró. Cuando salieron, Samanta, con voz apagada, dijo: —Andrés… es mi padre. Alberto se detuvo en seco, sorprendido. —¿Qué? —Lo supe hace poco. No quiero hablar de eso ahora. Alberto asintió,
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Cadenas invisibles
Sara se encontraba parada frente a la casa de Alberto, con el corazón acelerado y las manos temblorosas. Sabía que Samanta estaba adentro, sabía que el reencuentro debía ocurrir, pero algo la mantenía inmóvil. En su pecho, una sensación de vacío se intensificaba, como si una parte de ella se hubiera desmoronado al enterarse de la verdad. Poco a poco veía la silueta de Alberto acercarse a ella, Alberto salió del gran jardín que había frente a la casa, se paró frente a ella y le dijo. —Sara, ¿Cómo estás? Sara no contesto el saludo, no por mala educacion, sino por los nervios que tenía. —Necesito ver a Samanta. —Contestó ella de inmediato. —Lamento decirte esto... Pero Samanta no puede verte en estos momentos, ella no se siente preparada y respetaré su decisión. —Por favor, te lo pido, solo unos minutos, han pasado tres meses desde el día que me dijiste que ella me vería. —Realmente lo lamento, pero sabes que ella está embarazada y su embarazo ha sido difícil, cualquier cosa
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Mente perdida.
El timbre del teléfono resonó en el amplio salón de la Mansión Monroe. Era un sonido poco habitual, pues casi siempre usaban sus teléfonos móviles. Gloria, una de las chicas de servicio, dejó de pulir la gran mesa de roble y se apresuró a contestar. —¿Diga? —Buenas tardes, ¿puedo hablar con la señora Samanta Love? —preguntó una voz femenina al otro lado de la línea, temblorosa, como si no estuviera segura de hacer esa llamada. —La señora Love no puede atender en este momento. ¿De parte de quién? —Soy Ana González, encargada de los apartamentos Riverview. Necesito hablar con ella sobre una emergencia relacionada con la señora Sara Love. Gloria sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había escuchado suficiente sobre Sara como para saber que no era una simple llamada de rutina. —¿Qué ocurrió? —La señora Love está… en un estado muy delicado. Los vecinos han llamado varias veces porque escuchan gritos, llanto y golpes. Tememos que se haga daño. Por favor, alguien debe venir
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El peso del pasado
Alberto terminó la llamada y guardó el teléfono en su bolsillo. Justo cuando se volteaba para salir del hospital, una voz familiar lo detuvo. —Alberto… Se giró rápidamente y ahí estaba ella. Camila El mundo pareció detenerse en el instante en que nuestros ojos se encontraron. Durante un año me repetí que lo había superado, que su ausencia no me dolía, que ya no significaba nada para mí. Pero al verlo de nuevo… todo se derrumbó. Mi corazón latió con fuerza, traicionándome. ¿Cómo podía seguir teniendo ese efecto en mí después de tanto tiempo? Sonreí, una sonrisa grande, sincera, que reflejaba lo mucho que lo había extrañado. Antes de que pudiera decir algo más que un sorprendido: —¿Qué haces aquí…? Me lancé a sus brazos. El contacto con su cuerpo fue como volver a casa. Casi pude engañarme a mí misma y pensar que todo estaba bien, que nada había cambiado. Pero entonces, noté algo. No me abrazó de vuelta. Su cuerpo se mantuvo rígido, sus brazos inmóviles. Un escalofrío recorri
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Recuerdos perdidos.
Samanta se despertó temprano; la luz de la mañana apenas asomaba por la ventana, pero en su mente ya había una urgencia latente. Se levantó rápidamente de la cama, con la mirada fija en el reloj. Sabía que el tiempo corría y no podía perder ni un segundo. Su madre, Sara, la necesitaba. Tenía que ir a verla cuanto antes. Se dirigió al baño con paso apresurado. La ducha fue corta, apenas unos minutos. Samanta no podía dejar de pensar en lo que había sucedido, en lo que podría ocurrir si no llegaba a tiempo. Salió del baño, se secó el cabello rápidamente y se vistió con lo primero que encontró. No importaba la ropa, solo quería estar lista. La ansiedad no la dejaba pensar con claridad. De regreso en la habitación, miró a Alberto, que aún dormía. Él debía ser su apoyo en ese momento, debía acompañarla, pero su mente no podía esperar. Se acercó a la cama y lo sacudió suavemente. —Alberto, despierta —dijo con tono urgente pero preocupado. Alberto se removió un poco y abrió los ojos, sin
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Culpa.
Al llegar a casa, el silencio que envolvía el ambiente solo aumentaba la carga en el corazón de Samanta. Cerró la puerta con suavidad y se quedó allí, de pie, mirando el suelo como si no pudiera encontrar el rumbo correcto. Las imágenes de la visita a su madre seguían revoloteando en su mente, como ecos persistentes que no la dejaban en paz. Alberto, que la había seguido de cerca, la observó desde la sala, notando el peso en sus hombros. Sabía que algo la afectaba profundamente, pero no sabía con certeza qué. Se acercó a ella y, con una mano sobre su hombro, intentó reconfortarla. —Samanta, no pienses tanto —dijo suavemente, tratando de suavizar la tensión que ella llevaba consigo. —Todo saldrá bien. Samanta se giró lentamente hacia él, sus ojos llenos de incertidumbre y dolor. A pesar de las palabras de Alberto, algo dentro de ella seguía retumbando con fuerza. —No puedo evitarlo, Alberto —respondió con voz baja y quebrada. —Siento que pude haber hecho más por ella... por mi madr
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Salud, estrés y miedo.
Samanta terminó de ducharse y se envolvió en una toalla antes de caminar hacia el vestidor. Se vistió con calma, eligiendo ropa cómoda pero elegante. No quería parecer débil cuando viera a su padre. Mientras se abrochaba los zapatos, sintió un ligero dolor en el abdomen. Frunció el ceño y se apoyó contra la pared, respirando hondo. Seguramente no era nada grave, solo un momento de tensión. Alberto entró en la habitación en ese instante y la encontró en la esquina, con una mano sobre su vientre. —¿Samanta? —preguntó acercándose rápidamente—. ¿Qué te pasa? Ella levantó la mirada y forzó una sonrisa. —Nada… solo un pequeño dolor. Ya se fue. Alberto la observó con atención, pero no insistió. Sabía que no la convencería de quedarse en casa, así que prefirió mantenerse alerta. Salieron juntos de la casa y caminaron hacia el auto. Samanta respiró hondo, intentando calmarse, pero cuando estaban a mitad de camino, el dolor regresó. Se detuvo un segundo, apoyando una mano en el aut
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culpa sin causa.
Luego de una conversación intensa con su padre, Samanta decidió preguntar por Sara. —¿Qué pasó con Sara mientras estuvo secuestrada? ¿Le hiciste algo malo? ¿La torturaste? —Las preguntas salieron de su boca como disparos, sin darle tiempo a Andrés de procesarlas. Él sintió un nudo en el pecho. Había hecho cosas terribles, lo admitía, pero en el caso de Sara, la mayor culpa no era suya. Aun así, Samanta seguía viéndolo como el villano de la historia. Andrés suspiró antes de responder. —¿Por qué me preguntas eso? Samanta bajó la mirada. Durante semanas había cargado con una culpa que la carcomía por dentro, y necesitaba respuestas. —Sara no está bien. Tuvo que ser internar en un centro de salud mental… Está fuera de sí. —Su voz tembló al final. Andrés la observó en silencio por unos segundos. Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro. —No le hice nada mientras estuvo encerrada. Si está así, es por la culpa que lleva dentro. —Hizo una pausa y luego agregó—: Mientras estuv
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Entre la vida y la muerte.
De repente, Camila sacó un arma de fuego.Tatia y Samanta se quedaron frías. Sus cuerpos se tensaron de inmediato, y el sudor comenzó a gotear por sus frentes. La adrenalina inundó sus venas mientras intentaban procesar lo que estaba sucediendo.No sabían qué hacer.El estacionamiento, que momentos antes había sido un simple lugar después de un día de compras, ahora se había convertido en el epicentro de un peligro inesperado.Camila las miraba fijamente, con una expresión que mezclaba dolor, ira y desesperación. Su mano temblaba ligeramente sobre el gatillo, pero su mirada no mostraba dudas.El tiempo pareció ralentizarse.Y entonces, una voz fuerte irrumpió en el silencio.—¡Camila, baja el arma!El padre de Camila apareció en escena, avanzando con pasos firmes hacia ellas. Se colocó entre Samanta y Tatia, levantando las manos en un gesto pacificador. Su rostro reflejaba una mezcla de determinación y angustia.—No tienes que hacer esto —continuó, con un tono de voz controlado, pero
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Entre la vida y la muerte 2
Alberto no podía quedarse de brazos cruzados. Aunque no tenía una relación estrecha con Camilo, algo dentro de él le decía que debía buscar informe sobre su condición. La incertidumbre lo carcomía, una sensación de urgencia se apoderaba de su cuerpo. No podía ignorarlo. Sin perder más tiempo, se dirigió a recepción y, con el corazón latiéndole en la garganta, exigió respuestas.—Necesito información sobre el señor Lawrence —su voz sonó firme, casi amenazante, al dirigirse a uno de los médicos.la chica suspiró antes de responder. Su expresión reflejaba compasión, pero también el peso de la noticia que estaba a punto de dar.—Lo lamento, pero falleció en la ambulancia antes de llegar aquí.Un escalofrío recorrió la espalda de Alberto. El mundo pareció detenerse por un instante. Su visión se nubló y un nudo amargo se formó en su garganta. No podía ser... Camilo estaba muerto.Mientras tanto, en la comisaría, Camila se encontraba en la sala de interrogatorios. Frente a ella, dos oficiale
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