Culpa.

Al llegar a casa, el silencio que envolvía el ambiente solo aumentaba la carga en el corazón de Samanta. Cerró la puerta con suavidad y se quedó allí, de pie, mirando el suelo como si no pudiera encontrar el rumbo correcto. Las imágenes de la visita a su madre seguían revoloteando en su mente, como ecos persistentes que no la dejaban en paz.

Alberto, que la había seguido de cerca, la observó desde la sala, notando el peso en sus hombros. Sabía que algo la afectaba profundamente, pero no sabía con certeza qué. Se acercó a ella y, con una mano sobre su hombro, intentó reconfortarla.

—Samanta, no pienses tanto —dijo suavemente, tratando de suavizar la tensión que ella llevaba consigo. —Todo saldrá bien.

Samanta se giró lentamente hacia él, sus ojos llenos de incertidumbre y dolor. A pesar de las palabras de Alberto, algo dentro de ella seguía retumbando con fuerza.

—No puedo evitarlo, Alberto —respondió con voz baja y quebrada. —Siento que pude haber hecho más por ella... por mi madr
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