El frío del campo baldío se sentía como una advertencia. Mientras avanzábamos, cada paso me llenaba de una mezcla de desesperación y rabia. No podía aceptar que Remo estuviera ahí, no el hijo de Alexa, no el pequeño que había iluminado su vida y, de alguna forma, también la mía. Esos dos mocosos no eran como otros niños, tenía la necesidad de protegerlos. Raegan caminaba a mi lado, pero su calma era casi inquietante. Observaba el área con una mirada fría, como si no se permitiera reaccionar, o tal vez como si ya estuviera planeando su siguiente movimiento. Cuando llegamos al cuerpo, vi a los oficiales intercambiar miradas, uno de ellos asintiendo con pesar antes de mirarme. —¿Es... el niño que buscan? —preguntó uno, cauteloso. Tragué el nudo en mi garganta y apreté los puños, negándome a responder. Me acerqué con lentitud, la rabia encendiéndose en mí mientras contenía las lágrimas. Raegan se mantuvo a mi lado, su rostro imperturbable, y entonces, antes de que pudiera hacer al
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