Cuando desperté, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, creando un cálido resplandor en la habitación. Miré a Elijan, aún dormido, y decidí que era el momento perfecto para intentar suavizar un poco la tensión entre nosotros. Después de todo, anoche él me había sacado de un gran lío, y quería mostrarle mi agradecimiento. Me vestí solo con su camisa, que me quedaba holgada y me daba una sensación de cercanía. La tela olía a él, y por un momento, me sentí segura. Me dirigí a la cocina y me puse a preparar su desayuno: café negro, fuerte, como a él le gustaba, y un pastel que había horneado la noche anterior. Mientras los aromas envolvían la cocina, una parte de mí se sentía bien, como si estuviera volviendo a una normalidad que había perdido. Con la bandeja en mano, subí a la cama y me acomodé a su lado. Su respiración era tranquila, casi hipnótica. Decidí aprovechar el momento. Me subí suavemente sobre él y comencé a dejar suaves besos en su cuello, sintiendo su piel
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