Elian.Desperté en un lugar que olía a estiércol, a ganado, pero especialmente, a cochino. No podía ver nada, pero el olor intenso me tenía mareado, al igual que el dolor en la parte izquierda en mi cabeza.Por un momento agradecí darme cuenta que más allá de esos dos contratiempos no había ninguna otra herida en mi cuerpo.Si me pensaban torturar, mi cuerpo estaba entrenado para soportarlo.Entré a las Fuerzas Armadas, fui uno de los soldados más destacados, y las marcas cicatrizadas de supervivencia en todo mi cuerpo eran la prueba de ello.Sabía por qué me tenían allí atado.Grité, pero no me escuché. Así que para cuando paré de forcejear para intentar desatarme, quitaron la mordaza de mi boca, al igual que la venda en mis ojos.Acostumbrándome a la luz del sol demasiado fuerte pensé en que no podía ser posible que hubiese dormido por tanto tiempo.—Al fin despierto, princesito. —Sebastian, el guardaespaldas de Ámbar, me sonrió.Me di cuenta que estábamos en medio de un granero, a
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