Luna sintió un vacío en el pecho, uno que nada era capaz de llenar. Don Pietro, su padrino, era de las pocas personas que la habían tratado bien en su vida, y ahora ya no estaba, se había ido y ella estaba a Mercer de doña Laura, carlota y las empleadas de la casa, por eso, antes de que terminase el entierro de su padrino, Luna ya había decidido que se iría de regresó al orfanato, ya no tenía nada que hacer en esa casa, solo tenía que esperar hasta que cumpliera los veinte años y así podía costearse ella misma la universidad. Hubo muchas lágrimas en el entierro, doña Laura parecía estar a punto de desmayarse al igual que los dos hijos menores de don Pietro, pero Ismael tenía una fortaleza que le erizó los vellos del cuerpo a Luna. En su rostro se notaba como tenía el alma rota, rota en mil pedazos, pero no lloró, no hizo una mueca durante todo el acontecimiento, ni siquiera cuando el ataúd comenzó a descender y las palas comenzaron a cubrirlo de tierra. Luna lo observó, con los ho
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