4 Ladrona.

Luna sintió como un escalofrío le recorrió el cuerpo, Carlota le gritaba ladrona con lágrimas en los ojos mientras la esposa de su padrino llamaba a la policía. 

Luna tuvo el impulso de salir corriendo, pero ¿Por qué? Ella era inocente, así que se quedó muy quieta y levantó el mentón con orgullo. 

— Yo no hice nada — les dijo a las mujeres que se abalanzaron sobre ella con insultos. 

— Claro que sí, lo hiciste, tú te robaste mi anillo mientras me duchaba — le gritó Carlota — yo te vi. 

— Pues necesitas lentes porque estás bizca, porque yo no fui — la esposa de don Pietro, Laura, se acercó a Luna y cuando llegó con ella levantó la mano y le dio una bofetada fuerte en el rostro. 

Era el segundo golpe en menos de media hora y Luna sintió como la mejilla comenzó a hincharse. 

— Si mi nuera dice que te vio, es porque así fue, así que prepárate, porque vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel. Vamos, Carlota — la mujer dio la vuelta y salió y cuando Carlota salió tras ella le dedicó una mirada burlona a Luna y cerraron la puerta. 

Luna se quedó ahí con la respiración acelerada sin saber qué hacer. ¿Cómo había llegado ese anillo ahí? Recordó que había visto un par de cámaras de seguridad en el corredor, ahí podría demostrar su inocencia, pero cuando intentó salir, la puerta estaba cerrada con llave. 

— ¡Déjenme salir! — gritó tratando de abrir, pero la puerta no cedió. 

— Ahí te vas a quedar hasta que llegue la policía — le dijo Laura desde afuera y Luna se quedó paralizada del susto. 

Ella no había robado ese anillo, pero lo habían encontrado en su habitación y estaba segura que la policía le creería a la ridícula de Carlota y a doña Laura, además su padrino no estaba para defenderla, así que dio media vuelta, agarró un pequeño abrigo y se lo puso. 

La única opción que tenía era llegar hasta el hospital con su padrino y pedirle ayuda, así que asomó la cabeza por la ventana que daba al patio y comenzó a bajar por la enredadera que llegaba hasta el suelo. 

Las luces de la patrulla de la policía ya se veían y Luna corrió por el jardín. 

— ¡No la dejen escapar! — le gritó Carlota a la policía — ¡Allá va, es una ladrona!

— ¡Alto ahí! — le gritó la voz de un hombre, pero Luna no se detuvo a ver quién era, corrió por el jardín sintiendo los pasos de un hombre tras ella y cuando la agarró por el brazo frenó su avance y Luna cayó al suelo haciéndose daño. 

El policía comenzó a esposarla y cuando ajustó las esposas a sus muñecas Luna lloró. 

— Yo soy inocente — le dijo en medio del llanto, pero el hombre la arrastró hacia la patrulla y la metió de un tirón dentro.

Luna vio por el cristal como doña Laura la miraba con suficiencia y Carlota se reía de ella. Se intentó limpiar las lágrimas con el hombro, pero no lo logró, así que los ojos aguados le impidieron ver el camino a la estación de policía. 

El hombre la metió en una celda oscura al fondo de la estación de policía y cuando la soltó de las esposas Luna se volvió hacia él. 

— Señor, yo soy inocente, de verdad — le dijo y el policía se rio. 

— Eso dicen todos. 

— Que revisen las cámaras de seguridad del corredor, ahí se van a dar cuenta de que soy inocente, ya lo verá — el hombre se rio de nuevo. 

— Estás muy equivocada niña, si te metiste con los Beureth nada te salvará. 

— Pietro Beureth es mi padrino… — Luna le quería pedir que lo llamara, pero recordó que su padrino estaba enfermo en el hospital, así que mejor se sentó en la cama. 

— ¡Tu padrino? — se rio el policía — mientes, él nunca tendrá de ahijada una empleaducha como tú — Luna ya no contestó más. No le quedaba más que esperar, y así lo hizo.

Pasó toda la noche en la fría celda, cubierta únicamente por un trapo corto que le cubría solo los brazos y cuando llegó la mañana Luna imaginó que pasaría más de un día en aquel lugar. 

Se oyeron unos pasos por el corredor y Luna no se volteó a mirar quien era, quien fuese, dejar que la vieran ahí le parecía humillante. 

— Una noche sin mi papá y mira donde terminas — Luna se volvió hacia la voz del hombre y se encontró con Ismael que la miraba con sus intensos ojos como el hielo. Bajo sus largas pestañas se veían dos grande ojeras, de seguro no había dormido en toda la noche. 

— ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a burlarte de mí? — le preguntó Luna con un tono frío y el hombre se aflojó la corbata. 

— Mi padre me envió. 

— ¿Mi padrino sabe que estoy aquí? — Luna se sintió mucho más avergonzada. 

— Él lo sabe todo — murmuró con más frialdad todavía — sabe que eres una ladrona y aun así te sacará de este lugar. 

— ¡Yo no soy una ladrona! — le gritó Luna a Ismael y él dio un salto por la sorpresiva agresividad de la muchacha — ya estoy harta de que me denigren de esa forma. 

— ¿Entonces como apareció el anillo de mi novia en tu cuarto? — Luna se irguió y levantó el mentón con orgullo. 

— Pues lo sabrá cuando vea las cámaras de seguridad — el policía que la había llevado la noche anterior abrió la celda muy callado, en un silencio sepulcral — ¿Por qué no se burla de mí como anoche? — le preguntó Luna y el policía se quedó muy callado, se notaba el miedo o el respeto que le tenía a Ismael, o a su apellido. 

Cuando Luna salió de la estación de policía resbaló en el suelo de la acera e Ismael la tomó por la cadera para que no cayera. 

Luna sintió como los fuertes brazos de él se aferraron a su cadera y cuando su pecho chocó con el suyo ella dejó escapar el aliento. Ismael la miró a los ojos, apenas los separaban un par de centímetros y podían percibir el aliento del otro. 

— No eres más que una muchacha — le dijo él recorriendo su rostro con sus claros ojos — casi una niña. 

— Tengo diecinueve — le dijo ella y él la miró por un momento más, Luna creyó que la besaría, pero la soltó de repente  y ella cayó de espaldas al suelo. 

— Muy joven para ser ya la amante de un hombre tan viejo como mi padre — Luna se puso de pie y lo encaró. 

— Usted es un maldito — le dijo — no he conocido peor hijo que usted en mi vida — Ismael se volvió hacia ella con rabia y con una mano la agarró de la cara y le aplastó las mejillas con fuerza. 

— ¡No te atrevas a decir que soy un mal hijo! — le gritó y Luna trató de quitárselo, pero no pudo, así que le dijo con la voz apretada.

— Lo es, por que su padre le ha dicho que no somos amantes y usted no le ha reído. Usted no ha confiado en él, y eso lo hace un mal hijo — Ismael la soltó y Luna imaginó que le quedaron los dedos marcados en la cara, pero no demostró dolor. 

— Vámonos — le dijo él y se subió a su auto. Luna lo siguió y se subió al asiento de atrás. 

— ¿Cómo está mi padrino? ¿Lo puedo visitar? — Luna estaba realmente interesada en la salud del hombre. 

— Está bien, le darán el alta en la tarde — fue lo único que le dijo el hombre durante el viaje. 

Luna notó que sus palabras sí le habían afectado el ánimo al CEO de la farmacéutica Beureth, y aunque quería no demostrarlo, se veía cansado y decaído, también malgeniado. 

Cuando llegaron a la mansión, Luna comprobó que las maletas que estaban en la sala estaban llenas con su ropa, la suya y la que le había comprado su padrino la noche anterior. 

— ¿Qué es esto? — preguntó Ismael y por la puerta de la cocina apareció Carlota. 

— ¡Que hace esta ladrona aquí? — Ismael pateó la maleta que se volcó y la mitad de la ropa se le salió. 

— ¿Qué es esto? — repitió y su novia señaló a Luna. 

— Es la ropa de esta, la íbamos a tirar a la basura ya que ella en la cárcel no la necesitará — Ismael se despeinó el oscuro cabello.

— Papá la sacó, y mientras él esté Luna estará protegida — Luna sintió un escalofrío, era la primera vez que él la llamaba por su nombre. 

— Bueno, pues ya falta poco para que él falte así que podremos deshacernos de la…

— ¿Qué dices? — le preguntó Ismael con la voz intimidante y su novia se encogió — ¡Como se te ocurre decir eso de mi padre? — le gritó — ¡ni siquiera preguntaste como está, solo quieres que se muera para poder echar a Luna¡ — Carlota abrió la boca para contestar, pero luego la cerró. 

— Calmate, cariño — se acercó a su novio, pero él la empujó con fuerza y subió por las escaleras. Carlota miró a Luna con rabia — todo esto es por tu culpa, m*****a arrimada — Luna no le prestó atención, tomó sus maletas y subió por las escaleras hacia su habitación.

No pudo evitar sentir un fuerte calor en el pecho, ¿Ismael la había defendido? Sí, lo había hecho y Luna sonrió.         

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