Las cosas en la mansión comenzaron a hacerse cada vez más y más tensas, Luna notó como en los días que precedieron Ismael y su novia peleaban más constantemente, pero por ella, mejor.
De seguro habían visto en las cámaras de seguridad que ella no había robado el anillo.
Carlota estaba tan estresada que no había vuelto a prestar atención a Luna, literalmente le volteaba la cara y la ignoraba en los pasillos, únicamente estaba guardando energías para cuando Ismael llegaba en la tarde del trabajo para iniciar una nueva pelea.
Por otra parte, doña Laura continuaba igual que siempre, humillaba a Luna cada vez que tenía oportunidad y la trataba como la amante de su esposo.
Don Pietro regresó del hospital y eso fue lo único que Luna necesitó para sentirse cómoda en la casa. Su padrino la defendía de las humillaciones de su esposa, de las empleadas y de las feas miradas que le lanzaba Carlota, pero lo que más incomodaba a Luna, más que las humillaciones y las groserías, era la extraña indiferencia de Ismael con ella.
Luna había ingresado a la universidad y todo marchaba bien, aún no tenía amigos, pero un par de conocidos le caían bien, pero cuando llegaba a casa y se topaba con Ismael, una tremenda tensión se formaba en el ambiente.
El hombre la ignoraba completamente, casi podían chocarse en los corredores y él ni la volteaba a mirar, pero Luna a veces, cuando estaba distraída en la cena o en el estudio, levantaba la mirada y notaba como el hombre la veía fijamente antes de volver a ignorarla.
— ¿Qué tanto me ves? — le había preguntado Luna en una ocasión, pero Ismael apartó la mirada y la ignoró. Al menos había dejado de ser grosero con ella.
Dos meses habían pasado desde que Luna llegó a la casa de los Beureth y de no ser por su padrino se sentiría como una completa desconocida, temía incluso abrir el refrigerador por que doña Laura la humillaría y la llamaría muerta de hambre, así que salía de su habitación únicamente al estudio para hacer los deberes de la universidad y cuando Ismael llegaba del trabajo y también se iba para allá Luna lo dejaba solo, la hacía sentir incómoda la actitud del hombre.
Esa mañana, en el desayuno, su padrino se aclaró la garganta.
— Es domingo y casi no pasamos tiempo en familia — dijo el anciano — me gustaría que fuéramos al parque al que íbamos cuando eran niños, ¿Lo recuerdan?
El hijo menor de don Pietro, Francisco, casi nunca estaba en casa y Luna no sabía por qué, pero esa mañana había llegado y miró mal a su papá.
— No, que pereza, prefiero ir a cine con mi novia — el hombre miró a Laura, la mujer se encogió de hombros.
— Yo iré al salón de belleza — Pietro miró entonces a su hijo mayor, a Ismael.
— Tienes ropa de ir a la oficina, ¿Por qué no vas conmigo al parque? — Ismael le dio un trago a su vaso y negó.
— Hay muchas cosas que debo hacer — el anciano miró su plato con tristeza y murmuró.
— Llamaré a Clara — dijo. Clara era su otra hija, la mamá del niño gordito que Luna había salvado de ser atropellado y no vivía con ellos.
— Yo iré contigo, padrino, ya hice todos mis deberes — la cara del hombre se iluminó y Carlota miró mal a Luna, pero ella la ignoró.
Luna se vistió con ropa fresca para el caluroso día y caminó al lado de su padrino por la acera hacia un parque que estaba a unos veinte minutos.
A pesar de ser domingo estaba extrañamente vacío y apenas un par de personas caminaban por ahí, su padrino compró un par de helados y se sentaron en una banca.
— Antes siempre veníamos, pero desde que Clara se casó e Ismael se convirtió en el CEO de la empresa ya nunca regresarmos — le contó con tristeza.
— Ya verá que un día de estos querrán recordar viejos tiempos — lo animó Luna.
— ¿Crees que hice algo mal con ellos? — ella negó rotundamente.
— Claro que no, pero así son las cosas. Los hijos crecen y buscan sus propios caminos, solo déjeme hablar con ellos, sé que lograré convencerlos de que pasen más tiempo con usted — el hombre estiró la mano y acarició con los nudillos la mejilla de su ahijada en gesto paternal.
— Ojalá hubieses sido mi hija — le comentó y Luna sintió que se le enrojeció la cara.
— ¿Qué deuda tiene con mi papá? — le preguntó ella y don Pietro le apartó la mirada, era algo a lo que le llevaba dando vueltas mucho tiempo.
— Yo… Luna, mi esposa tiene parte de razón… yo amaba a tu madre, y no como un amigo ama a una miga, era como un hombre ama a una mujer — a Luna se le cortó la respiración — pero no pienses mal, ella nunca me correspondió y yo nunca hice nada, pero cuando tu padre se enteró… comenzó una rivalidad entre nosotros y… Luna, la Farmacéutica Beureth es… — el ruido de una motocicleta acercándose los distrajo y Luna vio como uno de los hombres de la moto sacó un arma y les apuntó.
— ¡No! — gritó don Pietro y se abalanzó sobre Luna para protegerla al tiempo que los disparos resonaron por el parque y las balas entraron en el cuerpo de su padrino.
El cuerpo del hombre cayó al suelo y Luna rodó por el pasto. Los de la moto desaparecieron tan pronto como llegaron, pero el daño ya estaba hecho.
Luna corrió hacia su padrino y lo cargó en su regazo, tenía toda la ropa manchada de sangre y los ojos muy abiertos.
— ¡Ayuda! — gritó Luna, los ojos del hombre comenzaron a cerrarse — ¡Ayuda! — gritó de nuevo.
Era la llamada más aterradora que Ismael había recibido en su vida, toda la cara se le puso caliente y la lengua se le entumeció a tal punto que no pudo responder.
— Le dispararon a tu padre, está en cuidados intensivos — había dicho la persona que lo llamó, pero Ismael no pudo contestar. El teléfono se le resbaló de las manos y corrió por los pasillos de la empresa y luego por el estacionamiento.
Nunca había conducido con tanta velocidad como en ese momento y cuando llegó al hospital solo su madre y Luna estaban ahí.
Abrazó a con fuerza a su madre que estaba muy blanca y temblaba copiosamente, Luna estaba más allá con la mirada perdida en el suelo y la ropa llena de sangre.
Ismael no la la miró, no quería hablar con ella, se sentía tonto y culpable por que él pudo haber estado esa tarde en el parque con su padre, pero su trabajo había sido más importante.
Un doctor salió por una puerta estrecha y miró a Ismael con una cara que lo dejó helado.
— Ya sus demás familiares se despidieron — le dijo el doctor, él quiere verlo, tiene que ser muy fuerte por él — Ismael asintió, quería llorar, gritar, patear la puerta y a todo el que se le atravesara, pero únicamente caminó tras el doctor hasta la habitación donde estaba su padre conectado a un sinfín de aparatos.
Cuando Ismael lo vio, supo que sería una imagen que lo atormentaría para toda la vida, tenía la cara muy pálida y los labios muy morados.
— Hijo mío — le dijo en un hilo de voz e Ismael se acercó a él y lo tomó de la mano.
— Lo siento — le dijo, quería llorar, pero no podía — yo debí ir contigo a ese parque, no debí dejarte solo — Pietro negó con la cabeza.
— No te preocupes por eso, cariño, no pude haberle pedido a la vida un mejor hijo que tú, te amo con toda mi alma, te amo hijo mío y entiende que me iré sintiéndome el padre más orgulloso del mundo — Ismael le besó la mano, sintió como su corazón se rompía con cada palabra — pero no todo es trabajo, mi niño, busca tu vida, forma tu familia y no temas disolver el ridículo compromiso en el que te metió tu madre, prometeme que buscarás siempre tu felicidad, que estarás pendiente de tu hermano y de tu sobrino, enseñales a ser hombres de bien como lo eres tú, y no seas tan posesivo con tus cosas, con tus sentimientos y tus pasiones, prométemelo — Ismael asintió.
— Te lo prometo, papá — el hombre la apretó la mano con fragilidad a su hijo.
— Prometeme que cuidarás a Luna — Ismael no entendió por qué ella, pero lo dejó hablar — cuidala, protegela, no la desampares, por lo menos mientras cumple sus veinte años y recibe el dinero de su padre, ella te necesita ahora que está sola nuevamente, prométemelo — Ismael se quedó paralizado — Prométemelo — el joven hombre asintió con vehemencia.
— Te prometo que cuidaré a Luna, de todo y de todos, te lo prometo — el hombre estiró la mano y acercó el rostro de su hijo, luego le dejó un beso casto en la mejilla.
— Gracias — fue lo último que dijo entes de que de él escaparan todas las fuerzas y el aparato en su pecho indicara que su corazón había dejado de latir.
Ismael se quedó de pie al lado de la camilla observando el cuerpo inerte de su padre y ni así fue capaz de llorar, pero por dentro estaba roto, muerto.
Tenía una promesa que cumplir y lo haría, aunque no entendiera el por qué, era una promesa inquebrantable.
Luna sintió un vacío en el pecho, uno que nada era capaz de llenar. Don Pietro, su padrino, era de las pocas personas que la habían tratado bien en su vida, y ahora ya no estaba, se había ido y ella estaba a Mercer de doña Laura, carlota y las empleadas de la casa, por eso, antes de que terminase el entierro de su padrino, Luna ya había decidido que se iría de regresó al orfanato, ya no tenía nada que hacer en esa casa, solo tenía que esperar hasta que cumpliera los veinte años y así podía costearse ella misma la universidad. Hubo muchas lágrimas en el entierro, doña Laura parecía estar a punto de desmayarse al igual que los dos hijos menores de don Pietro, pero Ismael tenía una fortaleza que le erizó los vellos del cuerpo a Luna. En su rostro se notaba como tenía el alma rota, rota en mil pedazos, pero no lloró, no hizo una mueca durante todo el acontecimiento, ni siquiera cuando el ataúd comenzó a descender y las palas comenzaron a cubrirlo de tierra. Luna lo observó, con los ho
Fue una semana complicada para Luna, cuando sus padres murieron ella estaba muy pequeña, y en el orfanato nunca había tenido un ser querido y mucho menos uno que se hubiese muerto, por eso no sabía como sobrellevar la partida de su padrino. En la noche la acometían las pesadillas del atentado y despertaba gritando. Doña Laura la reñía cada mañana porque no dejaba dormir a nadie con sus gritos e Ismael solo se limitaba a mirarla de vez en cuando. La universidad se había convertido en un tema complicado, después de la visita a la estación de policía a dar su declaración, el oficial le pidió que tratara de recordar todos lo detalles posibles y a veces a Luna se le iba el tiempo metida en su cabeza y en el recuerdo, y aunque no era capaz de recordar nada más era incapaz de concentrarse nuevamente en sus estudios, así que todo lo estaba haciendo a medias. Carlota se había ido de la casa el mismo día de la discusión con Ismael, y aunque Luna no lo mencionara abiertamente se sentía mucho
Luna contuvo el aliento antes de entrar por las puertas de la empresa, casi vio borroso cuando ya estaba dentro y caminó hacia la recepcionista con los pies trémulos. — Hola, soy Luna Leroy — le dijo a la mujer — el señor Ismael Beureth me está esperando — la mujer la dio una superficial mirada de los pies a la cabeza. — ¿Tiene cita? — le preguntó la mujer y Luna negó. — No, él me está esperando, vengo a trabajar….— Si no tiene una cita previa el señor no la podrá atender — le dijo la recepcionista con superioridad y Luna apretó los puños.— Le dije que él me está esperando, no tengo una cita, pero él me está esperando. Por favor, llámelo y lo comprobará — la mujer chasqueó la lengua. — El señor está muy ocupado, si quiere deme su nombre y le agendaré una cita — Luna blanqueó los ojos, lo último que quería era entrar en una tonta discusión, así que agarró su maleta y se agarró el cabello en una cola. — Lo buscaré yo misma — dijo y caminó hacia el elevador, pero la recepcionista
Era un día lluvioso y oscuro de enero, la llovizna constante mojaba la calle y el cielo amenazaba con derramar el agua de un año en ese día opaco. Toda la calle estaba muy mojada y Luna salió cerrando la puerta de la tienda. Cargaba con bolsas llenas, de comida y provisiones para sobrevivir la semana, pero a pesar de esto logró ver al niño gordito que se atravesó la calle corriendo tras su pelota y ella dejó caer las bolsas al suelo. El autobús se dirigía el niño con rapidez y Luna no lo pensó dos veces, corrió por el húmedo asfalto y sintió terror en las venas cuando agarró al niño y lo abrazó. El autobús frenó, pero derrapó por el suelo mojado así que Luna saltó de lado y se raspó los codos y las rodillas, pero el bus pasó por su lado y frenó estruendosamente unos metros más allá. Luna miró al niño, tenía la cara muy pálida y los ojos abiertos. — ¿Estás bien? — le preguntó ella y el niño asintió — Luna lo abrazó con fuerza, parecía tan frágil y el niño la abrazó de vuelta. — ¡L
Luna subió las escaleras siguiendo a la empleada de servicio, su padrino le había dicho que mejor comiera en su habitación mientras él hablaba con la familia, imaginó que los regañaría. — Es aquí — le dijo la empleada y le abrió la puerta de la habitación, estaba junto a una con la puerta abierta y dentro estaba el hombre, él, Ismael. Sus habitaciones estaban lado a lado. Cuando el CEO volvió la mirada hacia ella Luna dio un salto, pero él caminó hacia la puerta y ella pensó que la cerraría, pero en vez de eso se recostó en el marco. — Gracias Patricia, retírate — la empleada miró mal a Luna y se fue — ¿Quién eres? — le preguntó él y Luna se aclaró la voz. — Mi padrino ya se lo dijo, soy Luna Leroy — el hombre abrió los ojos. — Conozco ese apellido… era el apellido de una amante de mi papá — la miró con rabia y luego la tomó de la mano — ¿Acaso eres la hija de esa infidelidad? — Luna trató de soltarse, pero era muy fuerte. — No, claro que no — le dijo ella, pero Luna no sabía si
Luna se cambió de ropa, pero optó por ponerse algo más cómodo. Lo cierto era que no tenía prácticamente nada de ropa, mucho menos ropa linda como tenía Carlota, así que se vistió lo mejor que pudo para bajar a ofrecerle una disculpa a su padrino por la bochornosa escena, pero cuando salió a las escaleras se encontró con Carlota con una bata de baño. — Espera, mustia — la llamó la mujer, pero Luna la ignoró — ¡Ven aquí, perr4! — la llamó, pero Luna casi que corrió por las escaleras y cuando llegó abajo se encontró con las empleadas limpiando el reguero de sopa que habían hecho.Luna avergonzada llegó con ellas y tomó y un trapo, luego comenzó a ayudarles a limpiar la sopa del suelo. — No tienes que hacer esto — le dijo su padrino en cuanto llegaron, la tomó de la mano y se la llevó, pero Luna vio como las demás empleadas la miraron con agradecimiento. — Padrino, de verdad quería pedirle una disculpa por cómo me porté en el desayuno, no debí hacer eso — el señor Pietro asintió, pero
Luna sintió como un escalofrío le recorrió el cuerpo, Carlota le gritaba ladrona con lágrimas en los ojos mientras la esposa de su padrino llamaba a la policía. Luna tuvo el impulso de salir corriendo, pero ¿Por qué? Ella era inocente, así que se quedó muy quieta y levantó el mentón con orgullo. — Yo no hice nada — les dijo a las mujeres que se abalanzaron sobre ella con insultos. — Claro que sí, lo hiciste, tú te robaste mi anillo mientras me duchaba — le gritó Carlota — yo te vi. — Pues necesitas lentes porque estás bizca, porque yo no fui — la esposa de don Pietro, Laura, se acercó a Luna y cuando llegó con ella levantó la mano y le dio una bofetada fuerte en el rostro. Era el segundo golpe en menos de media hora y Luna sintió como la mejilla comenzó a hincharse. — Si mi nuera dice que te vio, es porque así fue, así que prepárate, porque vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel. Vamos, Carlota — la mujer dio la vuelta y salió y cuando Carlota salió tras ella le dedicó una