5 Una promesa inquebrantable. 

Las cosas en la mansión comenzaron a hacerse cada vez más y más tensas, Luna notó como en los días que precedieron Ismael y su novia peleaban más constantemente, pero por ella, mejor. 

De seguro habían visto en las cámaras de seguridad que ella no había robado el anillo.

Carlota estaba tan estresada que no había vuelto a prestar atención a Luna, literalmente le volteaba la cara y la ignoraba en los pasillos, únicamente estaba guardando energías para cuando Ismael llegaba en la tarde del trabajo para iniciar una nueva pelea. 

Por otra parte, doña Laura continuaba igual que siempre, humillaba a Luna cada vez que tenía oportunidad y la trataba como la amante de su esposo. 

Don Pietro regresó del hospital y eso fue lo único que Luna necesitó para sentirse cómoda en la casa. Su padrino la defendía de las humillaciones de su esposa, de las empleadas y de las feas miradas que le lanzaba Carlota, pero lo que más incomodaba a Luna, más que las humillaciones y las groserías, era la extraña indiferencia de Ismael con ella. 

Luna había ingresado a la universidad y todo marchaba bien, aún no tenía amigos, pero un par de conocidos le caían bien, pero cuando llegaba a casa y se topaba con Ismael, una tremenda tensión se formaba en el ambiente. 

El hombre la ignoraba completamente, casi podían chocarse en los corredores y él ni la volteaba a mirar, pero Luna a veces, cuando estaba distraída en la cena o en el estudio, levantaba la mirada y notaba como el hombre la veía fijamente antes de volver a ignorarla. 

— ¿Qué tanto me ves? — le había preguntado Luna en una ocasión, pero Ismael apartó la mirada y la ignoró. Al menos había dejado de ser grosero con ella. 

Dos meses habían pasado desde que Luna llegó a la casa de los Beureth y de no ser por su padrino se sentiría como una completa desconocida, temía incluso abrir el refrigerador por que doña Laura la humillaría y la llamaría muerta de hambre, así que salía de su habitación únicamente al estudio para hacer los deberes de la universidad y cuando Ismael llegaba del trabajo y también se iba para allá Luna lo dejaba solo, la hacía sentir incómoda la actitud del hombre. 

Esa mañana, en el desayuno, su padrino se aclaró la garganta. 

— Es domingo y casi no pasamos tiempo en familia — dijo el anciano — me gustaría que fuéramos al parque al que íbamos cuando eran niños, ¿Lo recuerdan? 

El hijo menor de don Pietro, Francisco, casi nunca estaba en casa y Luna no sabía por qué, pero esa mañana había llegado y miró mal a su papá. 

— No, que pereza, prefiero ir a cine con mi novia — el hombre miró a Laura, la mujer se encogió de hombros. 

— Yo iré al salón de belleza — Pietro miró entonces a su hijo mayor, a Ismael. 

— Tienes ropa de ir a la oficina, ¿Por qué no vas conmigo al parque? — Ismael le dio un trago a su vaso y negó. 

— Hay muchas cosas que debo hacer — el anciano miró su plato con tristeza y murmuró. 

— Llamaré a Clara — dijo. Clara era su otra hija, la mamá del niño gordito que Luna había salvado de ser atropellado y no vivía con ellos. 

— Yo iré contigo, padrino, ya hice todos mis deberes — la cara del hombre se iluminó y Carlota miró mal a Luna, pero ella la ignoró. 

Luna se vistió con ropa fresca para el caluroso día y caminó al lado de su padrino por la acera hacia un parque que estaba a unos veinte minutos. 

A pesar de ser domingo estaba extrañamente vacío y apenas un par de personas caminaban por ahí, su padrino compró un par de helados y se sentaron en una banca. 

— Antes siempre veníamos, pero desde que Clara se casó e Ismael se convirtió en el CEO de la empresa ya nunca regresarmos — le contó con tristeza. 

— Ya verá que un día de estos querrán recordar viejos tiempos — lo animó Luna. 

— ¿Crees que hice algo mal con ellos? — ella negó rotundamente. 

— Claro que no, pero así son las cosas. Los hijos crecen y buscan sus propios caminos, solo déjeme hablar con ellos, sé que lograré convencerlos de que pasen más tiempo con usted — el hombre estiró la mano y  acarició con los nudillos la mejilla de su ahijada en gesto paternal. 

— Ojalá hubieses sido mi hija — le comentó y Luna sintió que se le enrojeció la cara. 

— ¿Qué deuda tiene con mi papá? — le preguntó ella y don Pietro le apartó la mirada, era algo a lo que le llevaba dando vueltas mucho tiempo. 

— Yo… Luna, mi esposa tiene parte de razón… yo amaba a tu madre, y no como un amigo ama a una miga, era como un hombre ama a una mujer — a Luna se le cortó la respiración — pero no pienses mal, ella nunca me correspondió y yo nunca hice nada, pero cuando tu padre se enteró… comenzó una rivalidad entre nosotros y… Luna, la Farmacéutica Beureth es… — el ruido de una motocicleta acercándose los distrajo y Luna vio como uno de los hombres de la moto sacó un arma y les apuntó. 

— ¡No! — gritó don Pietro y se abalanzó sobre Luna para protegerla al tiempo que los disparos resonaron por el parque y las balas entraron en el cuerpo de su padrino. 

El cuerpo del hombre cayó al suelo y Luna rodó por el pasto. Los de la moto desaparecieron tan pronto como llegaron, pero el daño ya estaba hecho. 

Luna corrió hacia su padrino y lo cargó en su regazo, tenía toda la ropa manchada de sangre y los ojos muy abiertos. 

— ¡Ayuda! — gritó Luna, los ojos del hombre comenzaron a cerrarse — ¡Ayuda! — gritó de nuevo. 

Era la llamada más aterradora que Ismael había recibido en su vida, toda la cara se le puso caliente y la lengua se le entumeció a tal punto que no pudo responder. 

— Le dispararon a tu padre, está en cuidados intensivos — había dicho la persona que lo llamó, pero Ismael no pudo contestar. El teléfono se le resbaló de las manos y corrió por los pasillos de la empresa y luego por el estacionamiento. 

Nunca había conducido con tanta velocidad como en ese momento y cuando llegó al hospital solo su madre y Luna estaban ahí. 

Abrazó a con fuerza a su madre que estaba muy blanca y temblaba copiosamente, Luna estaba más allá con la mirada perdida en el suelo y la ropa llena de sangre. 

Ismael no la la miró, no quería hablar con ella, se sentía tonto y culpable por que él pudo haber estado esa tarde en el parque con su padre, pero su trabajo había sido más importante. 

Un doctor salió por una puerta estrecha y miró a Ismael con una cara que lo dejó helado. 

— Ya sus demás familiares se despidieron — le dijo el doctor, él quiere verlo, tiene que ser muy fuerte por él — Ismael asintió, quería llorar, gritar, patear la puerta y a todo el que se le atravesara, pero únicamente caminó tras el doctor hasta la habitación donde estaba su padre conectado a un sinfín de aparatos. 

Cuando Ismael lo vio, supo que sería una imagen que lo atormentaría para toda la vida, tenía la cara muy pálida y los labios muy morados. 

— Hijo mío — le dijo en un hilo de voz e Ismael se acercó a él y lo tomó de la mano. 

— Lo siento — le dijo, quería llorar, pero no podía — yo debí ir contigo a ese parque, no debí dejarte solo — Pietro negó con la cabeza. 

— No te preocupes por eso, cariño, no pude haberle pedido a la vida un mejor hijo que tú, te amo con toda mi alma, te amo hijo mío y entiende que me iré sintiéndome el padre más orgulloso del mundo — Ismael le besó la mano, sintió como su corazón se rompía con cada palabra — pero no todo es trabajo, mi niño, busca tu vida, forma tu familia y no temas disolver el ridículo compromiso en el que te metió tu madre, prometeme que buscarás siempre tu felicidad, que estarás pendiente de tu hermano y de tu sobrino, enseñales a ser hombres de bien como lo eres tú, y no seas tan posesivo con tus cosas, con tus sentimientos y tus pasiones, prométemelo — Ismael asintió. 

—  Te lo prometo, papá — el hombre la apretó la mano con fragilidad a su hijo. 

— Prometeme que cuidarás a Luna — Ismael no entendió por qué ella, pero lo dejó hablar — cuidala, protegela, no la desampares, por lo menos mientras cumple sus veinte años y recibe el dinero de su padre, ella te necesita ahora que está sola nuevamente, prométemelo — Ismael se quedó paralizado — Prométemelo — el joven hombre asintió con vehemencia. 

— Te prometo que cuidaré a Luna, de todo y de todos, te lo prometo — el hombre estiró la mano y acercó el rostro de su hijo, luego le dejó un beso casto en la mejilla. 

— Gracias — fue lo último que dijo entes de que de él escaparan todas las fuerzas y el aparato en su pecho indicara que su corazón había dejado de latir. 

Ismael se quedó de pie al lado de la camilla observando el cuerpo inerte de su padre y ni así fue capaz de llorar, pero por dentro estaba roto, muerto. 

Tenía una promesa que cumplir y lo haría, aunque no entendiera el por qué, era una promesa inquebrantable.   

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