Cuando Zane escuchó las palabras de Ophelia, diciendo que su hermano y Estela habían muerto, se tambaleó hacia atrás, apenas consciente de las manos de Ophelia intentando sostenerlo. El mundo a su alrededor parecía derretirse, dejando solo ese dolor crudo y palpitante que no encontraba forma de expresar. Quería gritar, destruir algo, cualquier cosa para silenciar esa voz en su cabeza que le recordaba que ellos estaban muertos, que él estaba solo, que había deseado con toda su alma que eso ocurriera y que nunca, jamás, volvería a ser el mismo.Sus pensamientos giraban en un torbellino caótico mientras la rabia, el dolor y una desoladora tristeza competían por el control. Recordaba cada instante, cada mirada que le habían dedicado Estela y Zander, la forma en que le habían arrebatado la felicidad, la traición que lo había destrozado. Sin embargo, ahora que ya no estaban, esa rabia empezaba a transformarse en un vacío helado. ¿Cómo era posible que su odio, su furia, se sintieran tan hueco
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