El silencio en el auto era opresivo. Zane apretaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se tornaban blancos, su mandíbula estaba rígida y su mirada fija en la carretera. Alison, sentada en el asiento del copiloto, lo observaba de reojo. Sabía que intentar calmarlo sería inútil, pero tampoco estaba dispuesta a dejarlo solo en este estado.Sin apartar los ojos del camino, Zane extendió una mano y la colocó sobre el muslo de Alison. Era un gesto automático, casi posesivo, pero lleno de una necesidad silenciosa de contacto, de anclarse a algo que no lo dejara explotar antes de tiempo. Alison, entendiendo perfectamente el mensaje, cubrió su mano con la suya, ejerciendo una ligera presión para mostrarle que estaba ahí, con él, para lo que fuera que viniera.—Zane… —empezó a decir suavemente, pero se detuvo al notar cómo él exhalaba bruscamente, intentando contener su furia.—No puedo creer que esto esté pasando —gruñó él, sus palabras llenas de rabia contenida—. ¿Cuánto tiempo estuvo
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