El aire a mi alrededor se volvió denso, cada respiración pesada y amarga. Frente a mí, estaban ellos dos: Estela, la mujer a la que amaba, y Zander, mi propio hermano. La traición se sentía como una daga, afilada y cruel, clavándose en mi pecho con una precisión despiadada. Jamás, ni en mis peores pesadillas, hubiera imaginado que el “alguien más” fuera mi propio hermano.Dio un paso hacia mí, con una expresión de falsa sorpresa, como si le incomodara que hubiera descubierto su traición de esa forma. Pero en su mirada no había arrepentimiento, ni siquiera remordimiento. Era casi como si lo disfrutara.—Zane —dijo Zander, con una voz controlada y fría—, no esperaba que te enteraras de esta manera.Lo miré, incrédulo. Todo mi cuerpo temblaba de rabia, mis manos se cerraban en puños, y una voz en mi interior me gritaba que le arrancara esa expresión de superioridad. Pero al mismo tiempo, estaba paralizado, atrapado en una tormenta de emociones que me ahogaba, que me rompía.—¿De esta mane
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