Finalmente, cuando cayó la noche, Alessandro y yo regresamos a la ciudad. Me sentía agotada, tanto física como emocionalmente, mientras el auto avanzaba por las calles iluminadas, llevándome de regreso a su casa. No sabía qué esperar, pero el nudo en mi estómago me decía que la situación estaba a punto de empeorar. Cuando llegamos, Alessandro me tomó de la mano, guiándome hacia la entrada de su imponente mansión. Al cruzar el umbral, lo primero que vi fue al señor Edmundo, su padre, esperándonos en el vestíbulo. Junto a él estaba la madre de Alessandro, una mujer fría cuya mirada me atravesó con un odio palpable. Sentí que mi corazón se aceleraba al ver sus rostros tensos y enfadados. —¿Qué has hecho, Alessandro? —gruñó Edmundo, su voz grave resonando en el amplio espacio— ¿Cómo te atreviste a llevártela sin decir nada? Alessandro no se inmutó, su expresión permaneció tranquila, casi arrogante. —Es mi esposa, padre —respondió con una calma peligrosa, como si esa simple frase f
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