Justo cuando pensaba que continuarían torturándola, Desislava fue arrastrada de vuelta al interior, al igual que los demás prisioneros. Dentro, encendieron un fuego de carbón, pero debido a las grietas en las paredes, apenas obtenían un poco de calor de ese fuego. Todos se arrastraban hacia las brasas, buscando un alivio para el frío y el insoportable dolor.A Desislava le habían arrancado los pantalones, y el dolor en la herida de la ingle le impedía juntar las piernas. Aunque la cabaña ahora estaba más cálida, su herida seguía sangrando lentamente, formando un charco debajo de su cuerpo. Sin embargo, todos estaban sumidos en su propio sufrimiento, y nadie la miraba. Solo los continuos gemidos de dolor rompían el silencio sepulcral.Un soldado entró y le forzó a beber un cuenco de medicina. El sabor del brebaje mezclado con el hedor a orina casi la hizo vomitar de nuevo. No vomitó, por temor a que volvieran a orinarla. Pensaba que, al caer en manos de Ordos, no había salida posible. S
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