Theobald, lleno de furia, tomó a Isabella de la mano y la llevó a un lado, exclamando:—¡Isabella! ¿Sabes que ella ha sido capturada y no vas a rescatarla? ¿En qué estás pensando? ¿Acaso sabes dónde está?Antes de que pudiera seguir, una fusta de Estrella azotó el aire, obligando a Theobald a soltar la mano de Isabella y dar un paso atrás.Estrella se acercó y le dijo:—Si tienes algo que decir, mantén la distancia. No te acerques tanto a Isabelita.Theobald, lleno de rabia hacia Estrella, se contuvo a regañadientes, sabiendo que, aunque ella no estaba bajo su mando, su destreza en el combate la hacía peligrosa. Sin más remedio, volvió a dirigir su atención a Isabella:—¡Sabes dónde está, ¿verdad?!Isabella negó:—No lo sé. Pero ya sea que este en el desierto, en la estepa, o escondida en alguna montaña. No me importa dónde esté, no podemos arriesgar a toda la unidad de los Halcones de Hierro para buscarla. Eso sería demasiado peligroso.—¿Entonces qué estamos esperando aquí? ¿Esperamo
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