Rodrigo MontalbánLa actitud de Elizabeth me tiene al borde. La amo, pero no estoy dispuesto a sacrificar mi dignidad por ella ni por nadie. Será ella quien venga a rogarme que estemos juntos, y cuando eso pase, le haré lo que ella me hizo a mí. Sé que me equivoqué, pero ya he pagado suficiente por mis errores; he pedido perdón de mil formas, y la terca no quiere escucharme.Regresará conmigo, no tengo dudas de ello. Pero mientras llega ese momento, necesito distraerme, pasar el tiempo. Por eso acepté la invitación de Flavia para cenar. Durante las últimas horas, solo ha hablado de Elizabeth y Raúl, y sinceramente, ya me está hartando.—No sé qué le ves a esa mesera —dice Flavia, claramente molesta.—No quiero hablar de ella. No acepté tu invitación para hablar de Elizabeth. Si solo quieres hablar de ella, mejor me voy —respondo.—Claro que no, Ro —se acerca a mí, bajando su mano a mi entrepierna—. No sabes cuánto extraño lo bien que la pasábamos. Ninguno se compara contigo.—Lo sé, s
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