Mateo estaba en la puerta, y como siempre, detestaba el alboroto, especialmente frente a la cama de su suegro.Al escucharlo, madre e hija dejaron de llorar y se voltearon a verlo.Lucía, sorprendida al ver a Mateo, preguntó:—¿Cómo supiste que estábamos aquí?—El director del hospital me llamó para decirme que papá estaba enfermo, así que vine directo a la empresa —respondió Mateo mirándola.—Señor, señora —saludó primero, y al ver el yeso en la mano de Tomás, preguntó—: ¿Cómo se encuentra?—Se fracturó la mano, necesita algunos días de reposo —explicó Lucía.Mateo, sorprendido ante el alboroto, sugirió:—Hay demasiado ruido en este lugar, no es bueno para nada para el descanso de mi suegro. Puedo hacer que lo trasladen de inmediato.—¡No hace falta, no soy tan delicado! Mateo, no te molestes.Tomás miró a Mateo y aunque no estaba del todo satisfecho, apreciaba su preocupación y no podía encontrar inconsistencia alguna en su actitud:—Es solo una pequeña fractura. Ya todos vinieron
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