Lucía, algo desconcertada, saludó con cortesía: —Buenos días, Emanuel.Los ojos de Emanuel se abrieron con sorpresa, pues nunca había oído hablar de esto, pero luego soltó una alegre carcajada: —¡Vaya, vaya! Pequeño bribón, ya estás casado. ¿Cuándo te casaste? Eres igual que tu abuelo, no me avisas de algo tan importante como esto y ahora recién conozco a tu esposa.Emanuel y Pablo habían sido compañeros de armas en su juventud, unidos por un fuerte vínculo de vida o muerte. Habían luchado juntos en el campo de batalla, logrando éxitos y reconocimientos. Pero luego sus caminos se separaron cuando Emanuel eligió la política y Pablo decidió los negocios, reduciéndose de esta manera su contacto.Emanuel examinó a Lucía y contestó con aprobación: —Es una buena muchacha. Tienes buen ojo, Mateo. Se ve que es una persona bondadosa.—Nuestra boda fue sencilla, sin publicidad alguna —explicó Mateo—. Como usted estaba en la frontera, no le avisamos. A ella le gusta la tranquilidad, siempre hemo
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