Lucía se detuvo por un momento, manteniendo la distancia propia de una relación jefe-empleada, lejos de la intimidad que se esperaría en un verdadero matrimonio:—Señor Rodríguez, ¿tiene alguna otra indicación?Mateo se volteó hacia ella, notando su expresión distante, y le ordenó:—Siéntate.Lucía, confundida, no entendía qué pretendía hacer.Mateo se acercó a ella. Mientras lo veía aproximarse, Lucía sintió un cambio en el ambiente, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Se puso muy nerviosa e incómoda. Aunque no se movió, Mateo tomó su mano con delicadeza sin pedir permiso. Cuando la cálida palma de él tocó la suya, Lucía sintió una punzada de dolor y trató de retirar la mano, pero Mateo la sostuvo con firmeza, impidiéndole escapar. La llevó hacia un lado y, frunciendo el ceño, preguntó:—¿No te diste cuenta de que tienes las manos lastimadas?Su preocupación tomó a Lucía por sorpresa:—Yo... estoy bien.—Tienes ampollas—observó detenidamente Mateo—. ¿Por qué no me lo dijiste?
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