Capítulo3
Lucía levantó la vista y se encontró con Camila, quien llevaba puesto un delantal y sostenía una cuchara de sopa. Al ver a Lucía, su sonrisa apenas titubeó antes de saludar con cortesía:

—Señora, ¿esta muchacha es su invitada? Hice sopa de sobra, si desean pasen y siéntense, por favor.

Se comportaba como la verdadera dueña de casa, como si Lucía fuera la visita. Y pronto así sería: una completa desconocida.

Lucía frunció el ceño, sintiéndose profundamente incómoda. Cuando se casó con Mateo lo anunciaron en toda la ciudad, e incluso Camila les envió una amplia felicitación. Era imposible que no supiera que ella era la verdadera esposa de Mateo.

Al ver que Lucía no se inmuto, Camila se apresuró a tomarla de la mano:

—No sea tímida, venga, pásele usted.

Al acercarse, Lucía percibió un suave aroma a azahar. El mismo perfume que Mateo le había regalado casualmente en su último cumpleaños.

Lucía sintió un nudo en la garganta. Le costaba respirar y sus pies parecían pegados al suelo.

Carolina, irritada al ver a Lucía inmóvil, la reprendió:

—¡Lucía! ¿Qué haces ahí parada? ¡Tenemos una invitada, al menos sírvele un café!

Lucía la miró, sabiendo que no debía discutir con ella, pero aun así preguntó:

—Señora, ¿por qué está ella aquí?

—Camila ha regresado al país, claro que lo más factible es que ella vendría a verme. ¿Acaso no puedo recibirla en mi casa? Además, ya le pregunté a Mateo y no puso objeciones. ¿Quién eres tú para cuestionar?

—Esa no era mi intención —Lucía bajó la mirada.

—Ah, eres Lucía. Cuando Mateo se casó no me mostró tu foto, por eso no te reconocí. No te ofendas, por favor.

Lucía observaba la radiante y triunfante sonrisa de Camila.

Vaya. ¿Cómo Mateo permitiría que la mujer que más amaba viera fotos de él casado con otra?

La voz severa de Carolina resonó de nuevo:

—¿No vas a servirle un café a Camila?

Lucía obedeció y preparó una cafetera.

Para entonces, Camila y Carolina ya estaban sentadas en el sofá, riendo y charlando amigablemente. Carolina incluso la ayudó a quitarse el delantal. Su suegra se mostraba tan amable con esta mujer, un gesto que jamás había visto en ella.

Reprimiendo su malestar, Lucía le sirvió el café a Camila.

Camila lo tocó con su mano.

Lucía sabía que estaría caliente y no quería que se quemara. Intentó detenerla por un momento, pero Camila derramó sin querer la taza, volcando intencionalmente el café hirviendo sobre su mano...

Lucía contuvo la respiración al oír el grito de dolor de Camila:

—¡Aaahh!

Alarmada, Carolina volteó:

—¿Qué pasó?

Con lágrimas en los ojos, Camila le respondió:

—Nada señora, fue sin querer.

Carolina observó totalmente horrorizada los dedos enrojecidos y abultados de Camila. En un arrebato de ira, se giró con brusquedad hacia Lucía y le asestó una bofetada en pleno rostro.

El impacto dejó a Lucía desorientada y confundida.

Atónita, no lograba asimilar la reacción tan desmedida y agresiva de Carolina hacia ella.

—¿Qué hiciste? ¿Acaso no sabes que Camila necesita esas sutiles manos para tocar el piano? Si quedan dañadas, ¿podrá usted acaso pagar las consecuencias? —La voz de Carolina era cortante.

Lucía sintió un ardor punzante en la mejilla, pero internamente fue como si le hubieran echado un balde de agua fría. La desesperación total se apoderó de ella. Se volteó hacia las mujeres y, con voz temblorosa, se defendió:

—Ella movió la mano por su cuenta. No tuve nada que ver con esto.

Carolina la miró con desprecio:

—¿Cómo te atreves a contradecirme? ¡Guardias, llévensela y enciérrenla!

Dos sirvientes se abalanzaron directamente sobre Lucía, sujetándola con fuerza.

El color abandonó por completo el rostro de Lucía al comprender lo que iba a suceder. Comenzó a forcejear, gritando:

—¡Suéltenme! ¡Déjenme ir!

Pero sus esfuerzos fueron realmente en vano. La arrastraron hasta una habitación oscura y la arrojaron dentro. En la penumbra, Lucía golpeó la puerta cerrada antes de desplomarse en el suelo, temblando. Se abrazó las rodillas, consumida por la angustia y la penumbra.

Mientras tanto, en la sala, el teléfono de Lucía no dejaba de sonar. Carolina, que atendía la quemadura de Camila, notó el nombre de Mateo en la pantalla y contestó sin dudarlo dos veces:

—¿Hola, Mateo?

—¿Mamá? —La voz de Mateo sonaba sorprendida.

—Sí, soy yo.

Mateo hizo una breve pausa antes de preguntar:

—¿Y Lucía?

—Está en casa —mintió al instante Carolina.

Mateo, sin sospechar nada, respondió:

—Dile que me traiga unos documentos de mi estudio.

Al colgar, Camila miraba fijamente el teléfono, expectante:

—Señora, ¿era Mateo?

—Sí —Carolina sonrió con desinterés. — Quiere que Lucía le lleve unos papeles. Esa secretaria solo logró casarse con él simplemente por su puesto.

Tomó la mano de Camila y añadió:

—Camila, si no te hubieras ido, tú te habrías casado con Mateo en lugar de esa Lucía. Serías la nuera perfecta para esta familia, ya tendrías hijos. ¡No tendría que aguantar definitivamente a esa inútil! ¿Por qué no le llevas tú los documentos?

—¿Cree que sea apropiado? —dudó por un momento Camila.

—Por supuesto. Mateo se alegrará de verte después de tanto tiempo —sonrió Carolina—. ¡Quizás pronto me des un nieto!

Camila se sonrojó un poco:

—Señora, no diga esas cosas. Mejor iré a llevarle los documentos.

Las palabras de Carolina despertaron ciertas ilusiones en Camila. Sabía muy bien que el abuelo había arreglado el matrimonio de Lucía y Mateo, pero después de años sin hijos, era evidente que carecía por completo de amor.

Quizás Mateo siempre la había extrañado, esperando con ansias su regreso todos esos años.

Se puso gafas de sol y cubrebocas para pasar desapercibida y salió de la Mansión Rodríguez en la camioneta del servicio. Quería sorprender a Mateo sin que nadie en la empresa lo notara.

Mateo estaba muy tranquilo en su oficina. Al ver la hora y notar que la reunión estaba por comenzar, se percató de que Lucía aún no llegaba. De pronto, oyó un suave ruido en la entrada.

Sin levantar la mirada y con tono muy severo, giró su silla y dijo:

—¿Sabes qué hora es?

Al no obtener respuesta alguna, alzó la vista extrañado y vio a Camila en la puerta.

—Mateo —susurró ella.

Camila estaba muy nerviosa pero igualmente emocionada. El rostro que había soñado durante años estaba frente a ella, como en una fantasía.

Mateo se sorprendió por un instante antes de desviar la mirada:

—¿Qué haces aquí?

Camila sonrió:

—Fui a visitar a tu madre hoy.

El ceño de Mateo se frunció aún más y su tono se volvió rígido:

—¿Quién te dio permiso?

La sonrisa de Camila se desvaneció y sintió que su corazón se encogía. Era como si no debiera estar allí.

Controlando sus emociones, bajó la mirada:

—Acabo de regresar. Naturalmente, fui a ver a tu madre primero. Vine a traerte algo.

Sacó cuidadosamente los documentos de su bolso.

Mateo los miró de reojo. Eran efectivamente los que Lucía debería haber traído.

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