Capítulo5
Lucía se detuvo por un momento, manteniendo la distancia propia de una relación jefe-empleada, lejos de la intimidad que se esperaría en un verdadero matrimonio:

—Señor Rodríguez, ¿tiene alguna otra indicación?

Mateo se volteó hacia ella, notando su expresión distante, y le ordenó:

—Siéntate.

Lucía, confundida, no entendía qué pretendía hacer.

Mateo se acercó a ella. Mientras lo veía aproximarse, Lucía sintió un cambio en el ambiente, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Se puso muy nerviosa e incómoda. Aunque no se movió, Mateo tomó su mano con delicadeza sin pedir permiso. Cuando la cálida palma de él tocó la suya, Lucía sintió una punzada de dolor y trató de retirar la mano, pero Mateo la sostuvo con firmeza, impidiéndole escapar. La llevó hacia un lado y, frunciendo el ceño, preguntó:

—¿No te diste cuenta de que tienes las manos lastimadas?

Su preocupación tomó a Lucía por sorpresa:

—Yo... estoy bien.

—Tienes ampollas—observó detenidamente Mateo—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Lucía contempló sus manos mientras Mateo las examinaba con atención.

A lo largo de los años, Lucía había soñado innumerables veces con un momento así: sentir el contacto de su mano, recibir su consuelo, ser guiada por él. Pero esa oportunidad nunca se había presentado.

Ahora, justo cuando pensaba abandonar toda esperanza, él le ofrecía este gesto de ternura.

—Es solo una quemadura leve, sanará en unos cuantos días—dijo Lucía en voz baja.

—Voy a pedir que traigan una pomada para quemaduras—respondió Mateo.

Lucía se sintió conmovida. Después de años de dedicación, parecía recibir una pequeña muestra de afecto. Sin embargo, no se hacía ilusiones; sabía que él no la amaba.

Mateo comenzó a aplicar la pomada con delicadeza. Viéndolo arrodillado ante ella, tratándola con tanto cuidado y esmero, Lucía se permitió fantasear por un instante con la idea de que algún día podría ganarse su amor. Irónicamente, una herida insignificante parecía haber captado más su atención en ese momento, que en todos los años de servicio leal hacia él. Casi que valía la pena el dolor. Una lágrima solitaria cayó sobre la mano de Mateo.

Él alzó la vista y, al encontrarse con los ojos llorosos de Lucía, fue testigo por primera vez de una muestra genuina de emoción en ella.

—¿Por qué lloras? ¿Te lastimé?

Lucía, sintiéndose abrumada por sus emociones, intentó justificarse:

—No me duele, solo tengo cierta molestia en los ojos, Señor Rodríguez. No volverá a ocurrir.

Mateo, cansado de su formalidad, le replicó:

—Estamos en casa, no en la oficina. No necesitas estar siempre a la defensiva conmigo. Aquí puedes llamarme por mi nombre.

Pero Lucía había mantenido esa actitud tan distante durante siete años. En la oficina, era una secretaria eficiente. En casa, a pesar de su título de señora Rodríguez, seguía desempeñando las funciones de una simple secretaria.

Contempló el rostro que había admirado durante tanto tiempo, pero un amor no correspondido acaba por agotarse. Tras una pausa, preguntó:

—Mateo, ¿cuándo podemos iniciar los trámites correspondientes de divorcio...?

Pero Mateo la interrumpió, abrazándola contra su pecho. Lucía se quedó inmóvil, con la cabeza apoyada en su hombro, sin poder articular siquiera una palabra.

Mateo, frunciendo el ceño, dijo:

—Hoy estoy agotado. Hablaremos de lo que sea mañana.

Lucía decidió no ahondar más en el tema.

Ya en la cama, notó que él se comportaba de una manera bastante diferente, pegado a su cuerpo, haciéndola sentir su calor. La rodeó tiernamente con su brazo por la cintura, envolviéndola en una fragancia amaderada e intensa que transmitía una sensación de protección. Posó su mano con delicadeza sobre su vientre, provocando un leve estremecimiento en ella. Su cálido aliento le acarició el oído mientras preguntaba:

—¿Te hace cosquillas?

Lucía, bajando la mirada, respondió en voz baja:

—No.

Al oír su respuesta, Mateo se volvió más atrevido, estrechándola con más fuerza contra su pecho:

—Entonces acostúmbrate poco a poco, algún día te sentirás cómoda.

Recostada en su abrazo, con su cálido aliento en el rostro sonrojándola, Lucía levantó la mirada preguntándose si habría una oportunidad para su matrimonio.

Ella también anhelaba cambiar de rol.

—Mateo... si es posible, ¿podríamos...?

El teléfono de Mateo sonó, interrumpiendo el feliz momento.

Lucía no pudo terminar lo que iba a decir: si podría relacionarse con él como su esposa... si podría dejar de ser tan solo su secretaria ante sus ojos.

Pero esa fugaz ilusión se desvaneció en un instante al ver el nombre "Camila" en la pantalla.

El semblante de Mateo se tornó al instante serio. La soltó, se incorporó y respondió:

—¿Hola?

Lucía lo vio levantarse y salir de la habitación para atender la llamada.

Su corazón se hundió y esbozó una sonrisa amarga.

¨Lucía, ¿cómo pudiste fantasear con eso? ¨

Su corazón pertenecía a Camila, y no tenía lugar para otros sentimientos, tal como le dijeron cuando se casaron hace tres años. Lucía levantó la mirada, sintiendo una amarga tristeza que llenaba por completo sus ojos de lágrimas. Los cerró, decidida a no seguir llorando por él.

Él no lo sabía, pero desde que descubrió que había otra mujer en su corazón, solo lloraba por él en secreto, nunca frente a él. Sabía muy bien cuál era su lugar: solo una simple secretaria a su lado.

Cuando Mateo terminó la llamada y regresó, al ver que Lucía no dormía, le advirtió:

—Tengo que volver a la oficina. Descansa temprano.

Lucía no lo miró, no quería que la viera vulnerable en ese momento.

—Entendido. Ve tranquilo. Mañana estaré a tiempo en la oficina.

—Bien.

Mateo se despidió y se fue con su abrigo. Al escuchar el auto alejándose, el corazón de Lucía se rompió un poco más. No pudo dormir en toda la noche, dando vueltas vueltas en la cama y repasando una y otra vez lo sucedido.

A la mañana siguiente, se levantó muy temprano y llegó a la oficina antes que la mayoría, cuando apenas había algunas personas presentes. Como siempre, cumplió con sus todas responsabilidades y organizó meticulosamente el trabajo diario de Mateo, asegurándose de que todo estuviera en su respectivo orden.

Pero ese día, Mateo no apareció en la oficina. Lucía lo llamó varias veces, pero su teléfono estaba apagado, lo que aumentaba aún más su preocupación. Paula, una de sus compañeras, también estaba algo inquieta:

—Lucía, el señor Rodríguez no está hoy y no sabemos dónde fue. Tendrás que encargarte tú de la inspección en la obra.

Como secretaria de Mateo, Lucía participaba activamente en la mayoría de los asuntos de la empresa, incluyendo este proyecto que conocía muy bien. Después de intentar contactarlo por última vez sin éxito alguno, se dio por vencida. Recordó que la noche anterior él había atendido una llamada de Camila. Como no había vuelto a la oficina ni a casa, seguramente estaba con ella. Conteniendo su amargura, dijo con determinación:

—No esperaremos al señor Rodríguez. Iremos nosotros.

El sol abrasador los recibió cuando llegaron a la obra en construcción, la cual solo era un armazón desordenado sin terminar. Lucía ya había estado allí varias veces y conocía bien el lugar, así que siguió el protocolo habitual, revisando cada detalle con gran cuidado. Pero de repente, alguien gritó:

—¡Cuidado!

Lucía alzó la vista al instante y vio un trozo de vidrio que se precipitaba directo hacia ella. Todo pareció suceder en cámara lenta mientras intentaba apartarse...
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