CEO rompió a llorar por la prueba de embarazo
CEO rompió a llorar por la prueba de embarazo
Por: Diana
Capítulo1
El amanecer en aquel lujoso hotel traía consigo el caos de la noche anterior.

Lucía Díaz despertó con cada músculo de su cuerpo protestando. Se masajeó un poco las sienes, intentando así reincorporarse, cuando su mirada se posó en la imponente figura que se encontraba justo a su lado. Un hermoso rostro, marcado con facciones muy finas y ojos que, aun cerrados, prometían una inmensa profundidad. Mateo Rodríguez seguía sumido por completo en un sueño profundo, ajeno al mundo.

Al levantarse, las sábanas se deslizaron por su piel, revelando así uno de sus hombros salpicados de recuerdos de aquella noche. La visión de las manchas carmesí en la cama le revolvió al instante el estómago. El reloj marcaba la cuenta regresiva empezaba a correr para su jornada laboral. Con movimientos mecánicos, rescató su traje del suelo, descartando así las medias echas jirones y poniéndolas a un lado, antes de calzarse los tacones.

De repente, alguien llamó a la puerta.

Ya transformada en una talentosa e eficiente secretaria Lucía abrió, dando paso a una joven de mirada muy inocente, el tipo que sabía que enloquecía a Mateo.

—Limítate a quedarte en la cama hasta que el señor Rodríguez despierte. Ni una palabra más —le instruyó Lucía, la amargura que subía lentamente por su garganta mientras echaba un leve vistazo al hombre dormido.

Lucía no quería que Mateo supiera que habían pasado la noche juntos.

Tenían un acuerdo: un matrimonio secreto de tres años y seguido de eso un divorcio discreto. Y no había nada de intimidad entre los dos, solo era una fachada. Siete años siendo su mano derecha en la oficina, tres más como su esposa de mentiras. Desde que se habían graduado, había sido su amiga más fiel. Y en algún momento le advirtió muy claramente: Entre ellos dos solo se podían relacionar como jefe y empleada, nada más.

Lucía se quedó en el pasillo a un costado de la ventana, recordando los detalles de aquella noche : la abrazó en la cama llamándola precisamente “¡Camila!”

Pronunciando su nombre, como una enorme daga en su corazón. El primer amor de Mateo, con quien la había confundido en su mayor delirio.

Lucía conocía muy bien a Mateo mejor que nadie. Sabía que lo de anoche no significaba nada para él. Era hora de ponerle fin a esta farsa matrimonial.

Su teléfono vibró con una inesperada notificación. Revisó su teléfono y vio un encabezado:

¨¡La nueva estrella de la música Camila Pérez regresa al país con su prometido! ¨

Lucía apretó con fuerza el teléfono, la realidad cada vez más la golpeaba con mayor intensidad. Ahora entendía muy bien y comprendía el motivo de la borrachera y las lágrimas de Mateo.

La fría brisa que nublaba su rostro, y el esquema de una triste sonrisa que reflejaba, guardó de inmediato el teléfono y sacó un cigarrillo de su bolso.

Lo encendió, dejando que el humo deslumbrara su silueta solitaria contra la ventana. El sabor amargo del tabaco se mezclaba con el de sus propias lágrimas contenidas.

En ese momento, Paula Ortiz irrumpió en la habitación, alegando por el gran esfuerzo:

—Lucía, el traje del señor Rodríguez acaba de llegar. Voy a llevárselo de inmediato.

Lucía de repente salió de sus pensamientos y la miró.

—Espera.

Paula se detuvo, expectante.

—¿Algo más, Lucía?

—Prefiere que sea negro en lugar de azul, con una corbata a cuadros. Asegúrate de plancharlo muy bien, sin dejar ninguna arruga, y por favor, no lo envuelvas en bolsas de plástico. No soporta ese ruido. Simplemente cuélgalo en una percha. Ya sabes lo meticuloso que es con los detalles.

Lucía conocía de antemano todos los hábitos de Mateo como si fuera su ama de llaves, nunca se equivocaba.

Paula afirmó agradecida. Después de tres meses, aún temblaba ante la mirada fría de Mateo. Hoy estuvo a punto de meter la pata otra vez.

—Gracias Lucía—dijo aliviada mientras iba a cambiar en ese momento el traje.

De repente, un rugido bestial emergió de la suite:

—¡Lárgate!

También resonó un grito de mujer lleno por completo de terror. Paula salió de la habitación con la cabeza baja y los ojos enrojecidos. Había sido reprendida de nuevo, y esta vez el señor Rodríguez había estado particularmente de mal humor.

Paula la miró con ojos llenos de desesperación, diciendo:

—Lucía, el señor Rodríguez pide que entres.

Lucía miró hacia la puerta abierta, temiendo que Paula no pudiera manejar en ese momento la situación:

—Entonces ve tú primero.

Apagó la colilla en el cenicero y se dirigió directamente hacia la suite. Al entrar, se encontró con un escenario bastante caótico: objetos dispersos por todas partes, una lámpara rota en el suelo y un móvil destrozado que aún vibraba lentamente. La mujer que había enviado estaba paralizada de miedo, desnuda y sin saber dónde colocarse, con una mirada culpable en sus bellos ojos. Y allí estaba Mateo, sentado en la cama con evidente mal humor. Las sábanas apenas cubrían un poco su cuerpo, mostrando así los resultados de horas incontables en el gimnasio.

Lucía dio un paso hacia adelante, enderezó la lámpara y sirvió un vaso de agua en la mesita:

—Señor Rodríguez, tiene una reunión a las 9:30. Debería prepararse.

La fulminante mirada de Mateo, cargada de desprecio, se clavó en la joven intrusa.

Lucía lo notó al instante y le dijo:

—Puedes irte.

Aliviada, la joven recogió su ropa temblorosa y salió con toda prisa.

El silencio llenó la habitación. Mateo, todavía enojado, miró de reojo a Lucía. Ella, ya acostumbrada a este tipo de situaciones, actuó con calma. Le dio un vaso de agua y puso su camisa limpia al lado de la cama. Lo hacía todo con movimientos muy suaves y precisos, como si fuera una rutina diaria.

—Señor Rodríguez, puede vestirse.

Mateo frunció el ceño, visiblemente molesto:

—¿Dónde estuviste anoche?

Lucía intrigada, se preguntaba si él la culpaba por no haberlo cuidado lo suficiente y permitir que otra mujer se aprovechara, traicionando así a su amada Camila. Con una voz imperturbable, respondió:

—Señor, bebió demasiado y perdió por completo el control. Son cosas de adultos, no tiene que darle importancia.

Como diciendo que ella se encargaría para que ninguna mujer lo molestara.

Él la miró fijamente, con el rostro totalmente transformado:

—Te lo preguntaré una vez más, ¿dónde estuviste anoche?

—Me quedé trabajando en la oficina. El nuevo proyecto me tuvo absorbida —mintió ella, sintiendo cómo el corazón se le aceleraba.

Mateo refunfuñó fríamente y se levantó de la cama envuelto en una toalla, con el rostro serio. Lucía lo observó detenidamente alejarse con los ojos húmedos. Siempre se cubría frente a ella, como si mirarla fuera algo muy vergonzoso.

Qué diferente a la noche anterior, cuando la confundió con su amada Camila.

Minutos después, Mateo salió de la ducha. Lucía, por costumbre, se acercó para ayudarlo a vestirse. A pesar de su metro ochenta, ella siempre batallaba para alcanzar con gran esfuerzo su cuello y anudar la corbata. Él, aún furioso, se mantenía muy rígido, su arrogancia total le impedía inclinarse para facilitarle la tarea.

Mientras Lucía se concentraba en el nudo, sintió el aliento cálido de Mateo en su oído. Su voz, ronca y cargada de una emoción que no supo identificar en ese momento, la paralizó:

—Lucía, anoche esa mujer eras tú, ¿verdad?

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