Montones de lágrimas salían de los ojos de Carol, sin poder procesar lo que estaba ocurriendo. Su madre sabía la verdad, esa verdad que tanto le avergonzaba. Y ahora entendía su reacción, tenía todo el derecho a estar tan enojada, sabía que se merecía cada golpe, cada cachetada. —¡Perdóname, mamá! ¡Yo no sabía qué hacer para pagar tu tratamiento! —lloró entonces, tratando de que comprendiera su decisión. Una decisión muy mala sí, pero la había tomado guiada por la desesperación. —Yo no te pedí nada de esto. ¡Jamás hubiese querido esa operación si sabía lo que implicaba para ti! —contestó Rosa, sintiéndose desconsolada—. Eres mi única hija, Carol. Se supone que una madre hace lo que sea por la felicidad de sus hijos, no al revés. —¡Mamá, entiéndelo, no podía simplemente verte morir!Rosa se alejó tratando de comprender a su hija, realmente lo intentaba y sabía que, de ser el caso contrario, también hubiese estado dispuesta a todo. Pero no por eso dejaba de ser doloroso. Le dolía ser
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