Pasó la noche más larga de su vida, una noche que se suponía sería la más linda, porque después de todo, no se cumplían diez años de matrimonio todos los días. Sin embargo, Humberto había elegido justamente ese día para demostrarle lo poco que le importaba y lo fea que le parecía.Adeline amaneció con sus ojos hinchados y con un dolor insoportable en su corazón, era como un pinchazo que no dejaba de doler, incesante. «Cerdo»«Cerdo»«Cerdo»Sentía que la palabra se repetían como un mantra, una y otra vez, y otra vez…—Gustavo—murmuró Adelina, sorbiendo por la nariz. Su hermano acababa de llamarla. —Ade, ¿qué pasa? No te escucho bien, esta mañana—se preocupó él de inmediato. «Que bien la conocía», pensó la mujer, suspirando. —No es nada, Gustavo—ella agradeció el hecho de que no pudiera verla, porque de lo contrario le sacaría la verdad, así no quisiera—. Solo he tenido un poco de gripe. Ya sabes. —Ade, ¿estás segura?—su tono era suave.—Sí—trato de que su voz sonara más convincen
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