-¿No es usted la esposa del doctor Rudolph?-, me recibió Watson poniéndose de pie muy solemne, parpadeando de prisa. -Sí, soy Patricia-, moví mis hombros coqueta ensanchando mi risita. -A ver, Patricia, ¿toses mucho, tienes carraspera, qué pasa contigo?-, se mostró él muy solícito. Me alcé a ver a la enfermera, hacía unos apuntes en su ordenador. Entonces murmuré entre dientes, muy bajito. -Quiero el semen de mi marido, de Rudolph-, susurré. Watson sonrió largo y sus ojos brillaron como estrellas. -¡¡¡¡Ahhhh, Patricia, una sabia decisión!!!!-, alzó la voz lo que me turbó mucho. Otra vez no sabía dónde esconder la cara, mordí mi lengua incluso. -Cuando la clínica decidió abrir un banco de semen, los primeros que nos apuntamos fuimos Rudolph y yo, y todos nos aplaudieron. Recuerdo que su marido dijo riéndose "ésta cuenta de ahorros triplicará su valor en el futuro", ya sabe que Rudolph siempre andaba riéndose, haciendo mofa de todo-, me contó Watson. Yo seguía azorada por
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