MAYALos amigos de Alex molan bastante. El tiempo se me pasa volando pero no la percepción de la realidad cuando miro la hora. Resulta que a Alex los dardos se le dan de maravilla como, seguramente, casi todo lo que haga. Me acerco a él cuando no es su turno y enseguida me rodea la cintura con su brazo.—¿Nos vamos?Me estrecha con fuerza pegándome a su boca. Dios santo, como me gusta.Nos despedimos de sus amigos. En una abrir y cerrar de ojos ya estamos en el hotel, en otro diferente al que me ha llevado siempre y que queda más lejos. Aquí la habitación que sea me vuelve a sorprender.—¿También es de tu familia?—No. Solo un hotel por ciudad. Eso da exclusividad, dicen.Asiento. De todas formas el hotel es lo que menos me importa.Me he dejado la chaqueta en su coche, por lo que cuando me toca, la piel entera se me eriza. Es imposible no comparar esta noche a la última que pasamos en Seattle. Lo echaré de menos. Quiero quedarme con todo lo posible de este momento para llevarlo conmig
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