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MAYA

—Te queda bien —digo susurrando, pasando los dedos por su barba que me pincha.

—Parezco un vagabundo. No he tenido tiempo ni de afeitarme.

—He sido una egoísta —me cuesta admitir.

Alex me aparta el pelo de la cara y sus nudillos me rozan la piel de una forma tan suave que podría echarme a llorar.

—Claro que no, ¿por qué lo dices?

—Porque llevo semanas dudando de ti y de lo nuestro mientras tú estabas aquí pasándolo mal.

—¿Dudas de lo nuestro?

—No. Dudaba de lo que tu podrías estar pensando sobre nosotros.

Empuja mi cara contra la suya. Estamos tan cerca que la punta su nariz roza la mía.

—Te quiero. —Es la primera vez que esas palabras salen de su boca hacia mi y me revuelve todo de una forma extraña—. Te quiero, Maya. Eso es todo en lo que puedo pensar.

Yo ahora solo soy capaz de pensar en lo que este chico puede hacerme sentir con solo unas palabras. No sé cómo no he perdido la cabeza. Se me ha olvidado como articular palabras. Cuando abro la boca hasta dudo de si ahora soy mud
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