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MAYA

Ojalá no hubiera bebido tanto para afrontar la realidad de otra forma. Mi madre y Mary se van. Desayunamos las tres juntas en una cafetería cerca de la carretera que sale de la ciudad. Mi madre no deja de insistir en que Mary se saque el permiso de conducir en cuanto cumpla dieciséis en un par de semanas. Mary no deja de repetir que esperará a ir con Denver a todas partes.

—¿Y tu búsqueda de coche cómo va?

Fatal, como todo.

—Estoy en ello.

—Dijiste que irías a mi cumpleaños —me recuerda Mary—. Sino seguro que ya no te vemos el pelo hasta Navidades.

—Lo sé lo sé. Estaré allí.

Estoy dispersa. Tan dispersa que no me doy cuenta de cuándo Mary me sigue al baño. Cierra la puerta con el pie y me mira de brazos cruzados. Inquisitiva.

—Sé que estás así de rara por Alex. ¿Qué es? ¿Que ayer no apareció en tu graduación? Seguro que lo estabas esperando.

—No es eso —miento. Si no sé mentir, ¿por qué lo estoy intentando?

—Eso que llevas en el cuello cuesta una pasta, casi tanto al nuevo teléfo
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