Unas horas después, Tania se encontraba en medio de la selva. Caminaba sin saber a dónde y completamente agotada. Tenía cientos de preguntas en la cabeza, pero primero, necesitaba un baño, comida caliente y una cama mullida para poner las ideas en orden.Lo peor, era tener que soportar la mala cara del musculoso y la de la mujer, quienes cada vez que podían la fulminaban con su rencor; o el rostro curioso y algunas veces divertido del rubio, que la hacía pensar que se burlaba de ella. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la intensa mirada de Carlos, que la escondía cada vez que ella lo observaba.Lucas, en cambio, avanzaba silencioso, pensativo y molesto. No se detenía ni amilanaba el paso y nunca le soltaba la mano. Por un lado la hacía sentir segura, pero por otro, la enfurecía. Él sabía que ella necesitaba, aunque sea, ánimo para continuar. Su mutismo la enervaba.—A pocos metros hay unas cuevas. Allí podremos pasar la noche y atacar el galpón en la mañana.El musculoso había
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