AntonellaNo nos dirigimos más la palabra durante el camino. Llegamos a su gran imperio y bajamos del auto. Al entrar a la empresa, todos se me quedan observando con envidia, en especial las mujeres, que muestran su gran odio hacia mi persona por creer que he sido la suertuda que se casó con el millonario. Ja, si supieran la verdad de este matrimonio, aunque me divierte llegar aquí y sentirme empoderada y sobresaliente. Me gusta mirar las caras de envidias de esas pobres mujeres que sueñan con tener a Damián en su cama.«¡Zorras, es mío! Aunque no lo quiera ni me lo goce, es mío». Al llegar a su piso, entramos a su oficina, lugar donde me deja para ir a buscar unos documentos, no sé dónde y que tampoco me interesan. Al cabo de media hora y de tanta espera, y ya obstinada de que no aparezca, salgo en busca de él. Mientras estoy caminando por los pasillos, escucho ruidos provenientes de una oficina. Al entrar, me llevo una grata sorpresa, que me deja con la boca abierta. «¡Pero miren
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