Antonella
No nos dirigimos más la palabra durante el camino. Llegamos a su gran imperio y bajamos del auto. Al entrar a la empresa, todos se me quedan observando con envidia, en especial las mujeres, que muestran su gran odio hacia mi persona por creer que he sido la suertuda que se casó con el millonario. Ja, si supieran la verdad de este matrimonio, aunque me divierte llegar aquí y sentirme empoderada y sobresaliente. Me gusta mirar las caras de envidias de esas pobres mujeres que sueñan con tener a Damián en su cama.
«¡Zorras, es mío! Aunque no lo quiera ni me lo goce, es mío».
Al llegar a su piso, entramos a su oficina, lugar donde me deja para ir a buscar unos documentos, no sé dónde y que tampoco me interesan. Al cabo de media hora y de tanta espera, y ya obstinada de que no aparezca, salgo en busca de él. Mientras estoy caminando por los pasillos, escucho ruidos provenientes de una oficina. Al entrar, me llevo una grata sorpresa, que me deja con la boca abierta.
«¡Pero miren nada más a quiénes he pillado!».
—¡Antonella! —Damián se gira a verme y baja a la chica de sus piernas.
—¿Se puede saber qué pasa aquí? —Me cruzo de brazos—. Mejor dicho, ¿se puede saber qué haces tú besando a mi esposo, zorra barata? —Ella mira a todos lados e intenta hablar, pero la hago callar—. Qué fácil eres.
—Antonella, hablemos en la oficina. —Coloco mis manos en la cintura—. Ahora.
—¡No! —digo firme y sin moverme de mi lugar—. ¡Me reclamas a mí cuando Nico está a mi lado, pero mírate tú! —lo señalo—. ¡Te revuelcas con esta perra estando yo aquí presente!
Ella se me abalanza encima, y Damián la detiene.
—¿Qué crees que haces? —le habla con carácter.
—¡Me está insultando! —Se altera al ver que Damián no la defiende.
¿Qué les pasa a estas mujeres?
—Estoy en mi derecho de hacerlo porque soy su esposa, su mujer. —Camino hasta donde ella, retándola con la mirada. Es obvio que me siento confiada. Además, sé que Damián no dejará que ella me toque ni un solo cabello, de lo contrario ya hubiese salido corriendo porque no sé pelear.
—¡¿Su mujer?! —Ríe fuerte—. ¿Te sientes muy señora por estar casada con él? —Se me acerca aún más—. ¿Sabes algo, niña? Mientras estás aún creciendo, él se acuesta conmigo cada vez que podemos.
Viro la mirada. La pobre mujer me da pena. ¿Cómo algo así puede hacerla sentir orgullosa? Qué lástima el que existan mujeres como ella.
—Qué te puedo decir, tiene que sacar a la perrita a pasear.
Levanta la mano para abofetearme, y él, no se lo permite. Gracias a Dios, porque de seguro me iba a doler en la madre.
—Estás despedida. —Me doy la vuelta, dejando a ese par sorprendido.
«¡Esto lo disfruto mucho!».
—¡¿Disculpa?! —Se atraviesa en mi camino—. No eres nadie para despedirme. Tú aquí en esta empresa no eres nada.
«Soy tan mala».
—Soy más de lo que puedes saber. ¿Se te olvidó que estoy casada con el dueño y que, por lo tanto, parte de esta empresa es mía? Así que me da derecho a despedirte y no permitirte el paso en la empresa —le informo cerca de su rostro. Espero que no me golpee—. Si no me crees, pregúntale a mi adorado esposo. —enfatizo la palabra. Cualquiera que me escuche pensará que lo adoro mucho.
—Damián… —Lo mira preocupada.
—Señor Lancaster para ti. —Me coloco al lado de mi infeliz esposo—. Cariño, ya parte de esta empresa, está a mi nombre, no sigas humillándote más y vete —le señalo la puerta.
Damián no reacciona. Él sabe muy bien que no puede contradecirme porque una de las cosas que pactamos era que yo también tendría derecho en su gran imperio, así que mi voto cuenta. Después de todo, hice una buena negociación con él. Sí, valió la pena casarnos.
—Eres un cobarde —llora.
—Debiste pensar mejor las cosas. Mi esposo suele romperles los corazones a las mujeres débiles como tú. —Le muestro mi mejor sonrisa, y ella sale de la oficina echando fuego—. Qué lástima, me agradaba, de verdad, pero tú lo arruinaste.
Salgo, me dirijo a su oficina y tomo asiento en su lugar.
Minutos después, aparece con cara de querer acabar con el mundo.
«Ay, caramba, ya me viene el chaparrón de agua».
— ¿Tenías que despedirla?
Observo mis uñas pintadas.
—Sí —respondo ahora mirándolo—. ¿Te duele que haya despedido a tu zorrita?
—Sí. —Le hago caritas tristes—. ¿Qué quieres que haga? Tú no me das lo que necesito y es lógico que busque lo que quiero en otra, ¿no crees?
—No —me levanto para caminar hasta él—, no me parece lógico, porque si tú no me permites estar con el chico que me gusta, entonces yo tampoco te permito estar con la mujer que quieras.
Me agarra.
—Tú me perteneces a mí, Antonella, y no voy a dejar que nadie toque el cuerpo que pronto será mío.
—Jamás seré tuya, Damián. —Intento alejarlo, pero es imposible. Este hombre es como una roca gigantesca.
—Ya lo veremos. —Muerde mi cuello, y doy un grito—. ¿Por qué te resistes cuando sabes que terminarás cayendo en mis redes?
—Porque no quiero estar con alguien por el cual no siento nada. —Me suelto como puedo.
—¡¿Qué debo hacer para gustarte un poco?!
—¡Ser menos posesivo, menos celoso, menos controlador y un poco, solo un poco más, cariñoso!
—¿Cariñoso? —Suelta una carcajada—. ¿Qué es eso?
No puede ser cierto.
—¿Cómo que qué es eso? —Me cruzo de brazos—. Tienes que al menos mostrar afecto hacia mí, por ejemplo, llenarme de detalles. No todo el tiempo, pero sí de vez en cuando. O decirme cosas bonitas, que me hagan sonreír.
Contiene la risa.
—Olvídalo, no soy ese tipo. No nací el día de los idiotas.
Respiro profundo.
Esto será muy difícil, pero muy difícil.
—Es verdad, tú naciste, fue el día de los imbéciles. —Agarro mi bolso para hacer el intento de salir—. ¡Suéltame, Damián!
—Tú no vas a ningún lado. Cuando yo termine de firmar unos documentos, nos vamos a la casa. Estoy hablando en serio, Antonella. Tú y yo tenemos que hablar.
Quiero desaparecerlo del planeta tierra.
—Imbécil. Eres un completo imbécil. —Me gano una nalgada—. ¡¿Por qué haces eso?!
No me gusta que me zurra, ¡lo odio!
—Porque es mío y puedo hacerlo las veces que quiera.
Tomo asiento rápido antes de que lo vuelva a hacer.
—Degenerado.
Al llegar a casa, dejo mis zapatos, la cartera y mi chaqueta tirados en el suelo para subir a mi habitación. Él viene detrás de mí; levanta todo mi desastre como cada día desde que empezamos a vivir juntos. Entramos a la habitación y ordena mis cosas en su lugar. Yo, por mi lado, me tiro bocabajo en la amplia y cómoda cama para cerrar mis ojos por un rato, cuando de repente siento al ordinario ese voltearme.
—Ni creas que vas a dormir.
—¡Damián! —chillo por lo brusco que es.
«¿En serio, Señor? ¿No pudiste enviarme uno más sumiso?».
—Ten, tu regalo de nuestro tercer mes, “cariño”. —Me lanza la caja de chocolates.
—¡Damián! —espeto al sentir cómo golpea en mi cabeza.
—Oh, lo siento, te juro que no fue mi intención.
Dejo de mirarlo y lo alejo de mala gana.
—¿No podías ser menos salvaje? ¡Pudiste entregármelos en las manos, idiota! —Me levanto furiosa. Lo que más me molesta son sus burlas.
—Te juro que no quise lastimarte. Lamento tener que ser tan tosco.
—¡Eres un idiota, el peor de los idiotas que pueda existir!
Entro al baño y cierro la puerta con seguro para que no entre a molestarme.
¿Habrá alguien más en el mundo con un esposo así? Porque si soy la única con este calvario, entonces estoy jodida.
Es sábado por la mañana y me levanto muy temprano. Anoche dormí con una almohada en mi trasero para no sentir esa cosa gigante, chocar conmigo o rozarme. Cada vez que lo siento me despierto preocupada por tenerlo pegado, vigilándome en silencio y esperando el momento apropiado para tomarme.
Bajo a la cocina y saludo a Susana con unos buenos días. Mientras ella prepara el desayuno, me ocupo de arreglar la mesa bien bonita. Pasé toda la noche pensando en la sugerencia de mi amiga, esa de ayudarlo a ser un mejor hombre. Después de todo, no tengo muchas opciones. Es algo así como que me enamoro porque me enamoro. ¿Qué puedo hacer? ¿Divorciarme? Eso sería una opción denegada, él jamás me dejaría ir, y ya me lo ha demostrado. Lo que me queda es aprender a soportarlo, quizá a quererlo, y enseñarle a cambiar un poco su, ¿cómo se le podría decir a eso?, lado frío, ¿tal vez? Como sea, me tocará ser quien de ese paso importante y lo ayude. Dicen que la mujer hace al hombre, veamos qué tan cierto es este dicho.
Subo las escaleras y llego a nuestra habitación. Golpeo la puerta con una paleta como loca, y logro despertarlo. Dejo de tocar cuando lo veo levantarse y enredarse con las sábanas para luego caer al suelo.
—¡¿Estás loca, Antonella?! —Se pone en pie. Me revuelco de la risa—. ¿Por qué me has despertado tan temprano? —Levanta la sábana y la coloca en la cama.
Cuando recupero el aliento, me enderezo para hablar.
—Es hora de las clases, señor.
Frunce su ceño y coloca ambas manos en su cintura.
—¿Qué?
—Sí, clases. —Lo miro más de cerca—. Te daré clases de amor.
Me contempla con expresión confusa.
—¿Acaso te volviste loca?
—No estoy jugando, diablo, a partir de ahora te enseñaré a ser un ángel, así que te sugiero bajar, de lo contrario volveré por ti y te patearé el trasero hasta el cansancio. Vamos a hacer de ti un mejor hombre.
Damián se queda perplejo, mientras yo me doy la vuelta y salgo de la habitación con una sonrisa. Sé que esto será un completo desastre, pero si él desea que yo sienta al menos un poco de cariño por él tendrá que mejorar, o de lo contrario jamás vamos a congeniar.
AntonellaEs lunes por la tarde y me encuentro en casa de mis padres. Mi madre ha organizado una cena con toda la familia, como de costumbre. Nunca había sido tan silenciosa en nuestra casa como lo es ahora. Para mí no es fácil vivir este momento. Ojalá ellos entiendan mis razones. No podíamos perder la empresa, una que lleva formada en la familia ya cincuenta y cinco años. Mi abuelo la fundó y mi padre la hizo crecer. Sería injusto que se fuera a la quiebra por culpa de personas malagradecidas que le robaron durante años.—¿Cómo te va en tu vida de esposa? —pregunta mi hermano, rompiendo el silencio.Renzo Castelo es el mayor de todos. Tiene 31 años y estará a cargo de las empresas Castelo en el futuro. Él es mi adoración, mi mundo y mi todo. Es un hermoso moreno con el cabello castaño, igual que el de mi madre. El color de sus ojos es marrón, como los míos, y su cuerpo, ¿qué les puedo decir?, es la perdición de toda chica. Es mi hermano preferido, pero me odia en este instante. Duel
DamiánObservo cómo Antonella entra furiosa a la casa y comienza a dejar todo su desastre en el camino mientras sube a nuestra habitación. El motivo de su furia tiene nombres y apellidos: Renzo y Alan Castelo, sus hermanos, que suelen ser muy sobreprotectores, y entiendo el motivo de su molestia. Éramos amigos, y yo me aproveché de su situación para casarme con ella. Honestamente, a Antonella la conozco desde pequeña. Cuando llegó a cierta edad, mis ojos comenzaron a verla diferente, a verla como mujer. Mi deseo creció a medida que ella lo hacía. Cuando llegó a una edad prudente, no pude evitar acercarme a ella para pretenderla, pero, como era de esperarse, me mandó al carajo.Comienzo a recoger sus cosas por todo el camino y subo hasta la habitación para dejar cada una en su lugar. Ella está tendida en la cama, con la cabeza enterrada. Decidido, me acerco para hablarle, pero solo me gano su odio y su reproche.—¿Quieres dejarme sola? —Sus ojos están rojos—. ¡Tú eres el causante de to
AntonellaRegreso a casa luego de haber salido una hora a trotar como siempre suelo hacerlo, dejo sobre la mesa mi pote de agua y enciendo el equipo de sonido para escuchar a uno de mis cantantes favoritos. Subo el volumen de la música y comienzo a mover mis caderas al escuchar mi canción favorita. Alzo mis brazos al aire, dejando que el ritmo se apodere de mi cuerpo y lo haga cobrar vida, y canto a todo pulmón, metiéndome en el papel, hasta que alguien corta mi espléndida emoción.—¡¿Por qué le bajaste el volumen?!Se coloca una mano en la cintura y con la otra me señala de forma acusadora.—Intento dormir y tu escándalo no me deja. —Apaga el sonido.—¡Fácil! —Señalo la puerta—: Vete de mi casa y duerme en un hotel.Damián parpadea y entreabre sus labios, buscando qué decirme.«¿Cómo pudo cortarme mi inspiración?».—Esta también es mi casa, y no me gusta el escándalo, Antonella. Sabes muy bien que me gusta dormir hasta tarde los fines de semana.Elevo mi ceja y me acerco lo suficient
DamiánMe encuentro sentado de frente a la cama, observando a Antonella dormir. Estoy molesto por el comportamiento que ella tomó anoche. Nunca antes nadie me había hecho doler la cabeza como ella lo ocasionó ayer. Cuando me enteré de que había gente extraña en mi casa, regresé lo más rápido posible, encontrándome así una esposa borracha. Verla en ese estado no me agradó para nada. Antonella no es mujer de emborracharse y tampoco de dar espectáculos, pero últimamente ha tenido comportamientos infantiles que no comprendo. Cuando nos casamos, ella era diferente, una chica madura e inteligente que resolvía los problemas con sensatez. Ahora le dio por armar espectáculos y llevarme la contraria para verme enojado. Es como si le satisficiera verme así.Ella me encanta y me gusta de una forma alocada. El problema es que no tengo idea de cómo acercarme y hacérselo saber. Me da miedo arruinarlo y que luego todo vuelva a ser como siempre. Sé que debo mejorar mis actitudes y ser ese hombre román
Antonella Salgo del salón de clases junto con mis amigas, quienes no han dejado de sentirse preocupadas por mí y por lo de la fiesta.—Sabía que era una mala idea haber hecho esa fiesta —habla Amelia, que acomoda su cabello—. ¿Vieron su rostro? Juro que en ese momento mojé mis pantalones. En cuanto lo miré entrar, sabía lo que pasaría. Amiga, ese hombre da miedo cuando está enojado, hace que cualquiera se haga en los pantalones. El cabrón infunde pánico.Me reí.—¡No hables así, Amelia! Juro que en tu otra vida fuiste hombre.—¿Y qué te dijo? —Dalia se intriga de saber qué sucedió luego de que todos se fueran.—Me reprendió. Afortunadamente, arreglamos las diferencias como adultos, sin peleas ni discusiones, incluso nos emocionamos y casi pasó aquello. Por suerte, Dani llegó en ese momento para salvarme.Estaré agradecida con Dani por haber aparecido. Estaba muy nerviosa en ese momento.—¡¿Qué?! —Las dos se exasperan.—Amiga, no es por presionarte, pero debes cogerte a ese rubio. Es
AntonellaLlego a casa de mis padres luego de haber ido a almorzar con Damián y Daniela. A pesar de haber dejado los términos claros con él, continúo molesta, y mucho más después del escándalo que armó en el restaurante por el hecho de que un imbécil me guiñara el ojo. No entiendo cómo puede ser tan impulsivo y no pueda controlar un poco su temperamento. Puedo comprender el que hay hombres abusivos a los cuales se les debe dar un alto, pero el problema es que Damián a todo aquel que me mira lo quiere golpear.—Cariño, ¿Cómo te va en la universidad?—Muy bien. Mañana tengo un examen muy importante y espero pasarlo. He pasado varios días estudiando. —Tomo asiento en el sofá luego de dejar mis cosas tiradas a un lado.—¿Aún eres desordenada, Antonella? —me pregunta con sus manos en la cintura.—Estoy trabajando esa parte de mi vida. Te prometo que no volveré a dejar mis cosas regadas. —Me levanto a darle un beso para después ir a la cocina—. ¿Hay helado? —inquiero ansiosa de algo frío y
DamiánDoy vueltas por la oficina sin saber qué le diré a Antonella sobre el supuesto viaje de negocios. Aunque ella no lo demuestre, está más que molesta. Es obvio que fue una humillación. Aparte de eso, debo sumarle la escena de hoy. Estoy consciente de que aquello me terminó de hundir. El rostro de Nella lo decía todo.—Me estás mareando, Damián, ya deja de dar vueltas —me habla Trino, mi amigo, alguien que conozco desde casi toda mi vida. Diría que es como mi hermano—. Vamos, viejo, ella no te dirá nada. —Bebe un trago de whisky.—¡Claro que sí, y muchas cosas va a decir! Si tan solo hubieras visto su hermoso rostro cuando vio la nota. Pude notar el dolor en él, Trino, y no solo eso, también vi decepción. Ella se decepcionó de mí. —Paso mis manos por mi cabello—. Ayer hablamos e hicimos un trato, trato que no estoy cumpliendo.—¿Por qué te preocupa tanto lo que ella piense? —Me observa con curiosidad.—Sabes muy bien que esa mujer es mi debilidad, y no de ahorita, sino desde hace
AntonellaEstoy con mis amigas en el centro comercial, comprando ropa para el viaje a Hawái. Damián aún no está contento de que vaya al viaje, porque odia la idea de que otros hombres me puedan ver en traje de baño. Habíamos quedado en que iba a mejorar sus celos, pero resulta que no ha sido así. Es tan posesivo, y eso me asfixia. Yo necesito mi espacio, aire fresco. Quiero hacerle entender que no siempre puede vivir celándome de todos, eso no es sano ni para él ni para la relación que se supone, estamos intentando conllevar.Le ha dicho a Daniela que, si algún hombre se me llega a acercar o algo malo me pasa y ella no hace nada para evitarlo, la desheredará y la desterrará por completo de la familia. Díganme si no exagera demasiado. Como puede dejar a Daniela caer una responsabilidad como esa en tal caso que me ocurra algo.Damián tiene que encontrar la manera de cambiar ese estilo tan posesivo de ser, y sé que no será pronto, pero debo lograr que así sea.—Me gusta este, ¿y a t