Amapola, la esposa de mi padre y madre de Lirio, se adelantó a codazos entre la gente, agitada y colorada como si hubiera corrido, y detrás vi a Lirio, tan furiosa como ella. Uno de los lobos les cortó el paso. —¡Son todas mentiras! —gritaba Amapola—. ¡Y yo sé el origen! ¡Todo esto es culpa de ese engendro de chupasangre que le robó el lugar a mi hija en el invierno! Un nuevo clamor se alzó entre la gente y varios me señalaron, atrayendo la atención de todo el pueblo. Respiré hondo, el pecho quemándome de miedo, e intenté adelantarme, imaginando que querrían que confrontara la acusación. El Alfa volteó hacia mí con mirada furibunda y fue como si me empujara hacia atrás, obligándome a retroceder el paso que había dado. Ronda tendió un brazo ante mí, deteniéndome para que no volviera a intentarlo, y vi que Brenan me miraba con disimulo, meneando levemente la cabeza. A nuestro alrededor, la gente se apartó un paso de nosotras, previendo que la ira de los
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