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Todos los capítulos de El Valle de los Lobos: Capítulo 61 - Capítulo 70
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Despertar en sus brazos sólo me hizo volver a llorar. Me acurruqué contra su pecho, la cara junto a su piel cálida. Me acarició las mejillas amoratadas y me estrechó en silencio, besando mi pelo. —Tu hermana tiene razón, mi señor —murmuré con voz entrecortada—. Esto no puede seguir así. —Comprendo—dijo con amargura—. Quieres marcharte. —Quisiera que te decidas, mi señor. Tus dudas son la raíz de todo esto. —¿Qué me decida? ¿A qué te refieres? Rocé su pecho bajo la clavícula, la piel tersa, intacta. —¿Acaso no hallaste a tu compañera? —Claro que sí. Eres tú. —¿Entonces por qué no llevas la marca de los lobos imprimados? Hizo una inspiración temblorosa y luché por no dejarme conmover. —Si en verdad te propones hacerme tu esposa, podrías probarlo desposándome hasta que tenga edad de que nos casemos. Si no puedes o no te atreves, quiero convertirme en una verdadera mujer de servicio, cumplir mis horas aquí y
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LIBRO 3: VERANO A pesar de todas las dificultades que la esperaban en el castillo, Risa ha comenzado a ganarse su lugar entre lobos y humanas.  Y el amor que la une a Mael ha seguido afianzándose, superando los obstáculos que se les presentaron. Ahora queda la promesa de Mael de desposarla en otoño y hacerla su esposa el próximo invierno. Pero aún resta toda una estación hasta entonces. Una estación que incluirá el inicio del plan de Mael para revertir el curso de la guerra a favor de los lobos, así como un necesario cambio en la relación de los lobos con los humanos en el Valle. Y  un suceso inesperado y traumático que podría marcar el destin
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Contuve el aliento, conmocionada, sin atreverme a pedirle que se explicara. —Soñé con tu madre embarazada —rememoró la reina en voz baja—. La veía llegar perseguida por los jinetes. Y luego veía a mi esposo en casa de Tea con un recién nacido en brazos. Se lo conté, y prometió buscar a la mujer embarazada entre los fugitivos y hacer lo posible por salvarla a ella y al bebé. Bebió su té volviéndose hacia el ventanal y dejó escapar un suspiro. —Nunca comprendí el significado de ese sueño. Era la primera vez que mis visiones me mostraban un humano. Luego mi esposo volvió a verte en el bosque, el día que lo abrazaste y le agradeciste por salvarte. —La reina esbozó una sonrisa melancólica—. Me habló de tu color de ojos, y poco después volví a soñar contigo. Imagino que te vi como eres ahora, o hace uno o dos años. —Viste en lo que me he transformado —dije en un soplo. —Sí. Vi tu belleza única, tanto física como de espíritu. Me alegró saber que esta
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Por primera vez me atreví a depositar mis esperanzas en el Alfa. Su reacción al verme bajar la escalera, cargando la cola del vestido de la reina, me hizo pensar que tal vez protestaría hasta convencerla de que me relevara de mis deberes. La princesa guió a la reina hasta su hijo y me indicó que dejara mi carga en el suelo y retrocediera con ella, dándoles un momento a solas. No que nadie fuera a escuchar el diálogo que tuvo lugar entre ellos, a pesar de que los tres príncipes estaban allí con sus compañeros. Me tomé el atrevimiento de observarlos mientras los demás aguardaban en completo silencio. El Alfa enfrentaba a su madre ceñudo, con esa mirada fulgurante que siempre me hacía estremecer de miedo, los dientes apretados, al igual que sus puños. En contraste, la reina Luna se veía serena, una sonrisita divertida en sus labios delgados, las cejas levemente arqueadas, sin inmutarse ante el evidente enfado de su hijo. Los ojos azules del Alfa se desvi
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Encontré sus ojos rojizos un instante antes de bajar la vista, las manos cruzadas sobre mi falda.—La luna está por salir, y todos participaremos en una cacería para celebrar el plenilunio —explicó en un tono casi casual, como si nada hubiera ocurrido entre nosotras—. Madre saldrá a disfrutar la luna en el prado. Yo la guiaré hasta donde quiera echarse, y tú te quedarás con ella hasta que regresemos.—Por supuesto, mi señora —murmuré con los ojos bajos.La oí respirar hondo y me atajé por dentro. No sabía qué diría a continuación, pero sí sabía que no quería escucharla.—Te debo una disculpa por lo que ocurrió ayer, Risa —dijo en voz baja, aunque su voz no perdía autoridad ni ganaba calidez.Alcé apenas una mano, adelantándome a lo que fuera que iba
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La cama se sacudió bruscamente, y antes que pudiera comprender qué ocurría, el lobo me tumbó boca abajo y se tendió sobre mí, estrechándome entre sus brazos y mordisqueándome el cuello y el hombro.—Dime que tienes la dichosa cinta aquí contigo —susurró agitado.Todavía sobresaltada y medio dormida, me alcanzaron las luces para buscarla bajo mi almohada. Me la arrebató de la mano y se arrodilló a horcajadas sobre mi espalda para cubrirme los ojos. Tan pronto ató la cinta, me hizo volverme y se dejó caer sobre mí para besarme con tal ímpetu que por un momento me asustó.—Tranquila, amor mío. Es sólo la luna —susurró en un acento cálido que pareció correr por mi piel, despertando mi cuerpo a su paso—. La luna y lo hermosa que te veías en el prado.Apartó l
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Pasé el día siguiente en los baños. Jara y todas sus compañeras estaban allí también, sin importar qué turno solían trabajar, para que hubiera una mujer atendiendo cada piscina. Cala no daba abasto para lavar los cepillos y preparar los cajoncillos de mimbre, y Tilda iba y venía con cestas repletas de botellas de loción.No era para menos. Después de pasar la noche en el bosque, todos los lobos de las tres manadas querían bañarse antes de la fiesta.Los primeros en presentarse fueron los Alfa con sus lugartenientes, que pronto debían reunirse en consejo de guerra. Yo me hallaba en la piscina más cercana a la estantería, y cuando me erguí después de la profunda reverencia con que recibimos a los líderes, vi que el Alfa se había ido a la piscina más alejada frente a los ventanales, a tenderse de espaldas como la otra vez, y ha
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El salón de fiestas del castillo era tan grande como los baños, que era el recinto más grande que hubiera visto en mi vida. Aine y sus amigas se habían lucido con la decoración, y comprendí por qué les había llevado más de dos semanas prepararla. Una orquesta ocupaba un rincón cercano a las imponentes puertas.El salón tenía una amplia galería que corría alrededor de las cuatro paredes a la altura del segundo nivel, con largas mesas y bancos de madera, donde se sentarían los lobos de menor jerarquía de la manada del Valle. Y yo, gracias a Dios.Bajo la galería, en el nivel principal, las mesas tenían sillas en vez de bancos. Una larga mesa, similar a la del gran comedor, estaba ubicada en una tarima por delante de la pared posterior del salón, cubierto con los pendones azules, rojos y verdes que identificaban a las tres manadas. Esta mesa
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Estaba rendida, pero ni se me pasó por la cabeza irme a dormir. Al fin sola en mi habitación, cambié mi vestido por el enagua que me regalara el lobo y me solté el pelo. Anudaba la cinta a mi muñeca cuando escuché sus pasos rápidos bajando la escalera. Me cubrí los ojos sonriendo.—Adelante, mi señor —dije cuando el lobo llegaba ante el panel.Un instante después le echaba los brazos al cuello para besarlo.—¡Lo aceptaron! —exclamé—. ¡Aceptaron tu plan!—¡Sí! —exclamó, estrechándome tan entusiasmado como yo.Volví a besarlo, toda la alegría y la excitación de tanta danza y risa convertidas en deseo al mero contacto de su piel. Me alzó sin separar su boca de la mía y rodeé su cintura con mis piernas. Tan pronto me tendió en la cama, jalé d
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Me cubrí la boca horrorizada. Intenté hablar pero no logré articular palabra. Un escalofrío me hizo estremecer de pies a cabeza. Me atrajo hacia él, estrechándome para que me calmara. —¿Por qué le temes tanto? —preguntó—. ¿Acaso alguna vez ocurrió algo que no me hayas contado? —No, es sólo que… —musité, incapaz de serenarme—. No sé cómo explicarlo, mi señor, pero sé que me detesta desde que me vio por primera vez, cuando tuvo que salvarme del león el año pasado. —Me hice un ovillo en sus brazos—. Ahora comprendo por qué me mira así. —¿Así cómo? —Con odio. Como conteniéndose para no estrangularme con sus propias manos. —¿Qué? Asentí apoyando la cara en su pecho, tratando de buscar consuelo en el latido de su corazón. Y descubrí que aunque su voz y el resto de su cuerpo no lo demostraran, su corazón latía más rápido que de costumbre. —Tiene sentido —murmuré atando cabos—. Siempre le causé rechazo. Y saber que alguien tan cercano
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