Por primera vez me atreví a depositar mis esperanzas en el Alfa. Su reacción al verme bajar la escalera, cargando la cola del vestido de la reina, me hizo pensar que tal vez protestaría hasta convencerla de que me relevara de mis deberes. La princesa guió a la reina hasta su hijo y me indicó que dejara mi carga en el suelo y retrocediera con ella, dándoles un momento a solas. No que nadie fuera a escuchar el diálogo que tuvo lugar entre ellos, a pesar de que los tres príncipes estaban allí con sus compañeros. Me tomé el atrevimiento de observarlos mientras los demás aguardaban en completo silencio. El Alfa enfrentaba a su madre ceñudo, con esa mirada fulgurante que siempre me hacía estremecer de miedo, los dientes apretados, al igual que sus puños. En contraste, la reina Luna se veía serena, una sonrisita divertida en sus labios delgados, las cejas levemente arqueadas, sin inmutarse ante el evidente enfado de su hijo. Los ojos azules del Alfa se desvi
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