La cancha principal del Roland Garros estaba repleto cuando llegamos en el bus de la organización. No cabía un alfiler. -Empieza el Grand Slam-, me dijo Heather, también admirada, boquiabierta, viendo el gran despliegue de periodistas, público, policías y la música estridente retumbando en los parlantes. Yo estaba confundida también, con la quijada descolgada, viendo el alborozo que embargaba el recinto. -¿A qué hora juego?-, le pregunté a Ashley. Me había puesto lentes oscuros, llevaba la visera puesta y estaba con el buzo de uno de mis sponsors. -En el segundo partido-, me dijo y fuimos juntas a los vestidores. También Heather. -¿Magdalena?-, me acomodé en las mayólicas. Habían otras chicas peinándose, cambiándose, bromeando, balanceando sus raquetas. -Ella juega aún en la noche aún-, miró su tablet, Ashley. -¿Marcial vendrá?-, me saqué el buzo. -Sí, lo llamé. Me dijo que se acostó muy tarde, casi a las cuatro de la mañana, pero que de todas maneras venía a verte-, me dijo, m
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