Ella intentó liberarse, pero la fuerza de Mario era sorprendente. Sus oscuros ojos la perforaban con una intensidad casi palpable…Ana no estaba segura de si Mario estaba desequilibrado.Por fin, él la soltó ligeramente, no solo liberándola sino también disculpándose con formalidad:—Perdóname, señora Fernández. Perdí el control.Ana, temblando, luchaba por mantenerse en pie.Justo entonces, su celular sonó…Miró de reojo a Mario, sacó el teléfono de su bolsa y, para su sorpresa, era Pablo quien la llamaba, invitándola a encontrarse con él con mucha cortesía, diciendo que quería darle la bienvenida.Ana dudó por un instante antes de aceptar la invitación.Tras colgar, Mario la observó con intensidad y preguntó:—¿Sueles ver a Pablo?—De vez en cuando —respondió Ana, mostrándose indiferente.Recobró la compostura y, al mirar a Mario, de pronto recordó aquellos días, hace más de un año, cuando llevaba en su vientre a Enrique, de apenas cuatro meses.María y Pedro se casaban.Antes de la
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