Quería reírme, pero no me es posible. Si fuera Ronhaldo, el chico de marketing, me reiría porque él constantemente sale con bromas que a veces no parecen bromas y lo son. Pero, mi jefe no era así, nunca lo ha sido. Por lo que, la seriedad del asunto debe tomarse y por ello, aunque me parezca ilógico, no puedo reírme. Es evidente que algo está pasando y lo peor es que no sé si tengo la fuerza suficiente para poder enfrentarlo. — S-señor Cappelletti, yo voy a regresar al hospital. Necesito ir al área de psiquiátrica. Estoy empezando a tener alucinaciones, aunque el golpe no fue fuerte en la cabeza.— No estas alucinando, señorita Pussi.— ¡Eso es! ¡Usted me llama señorita Pussi, no Shantelle! ¡Incluso creí que no conocía mi nombre! — exclamo sorprendida.— Tienes razón, no recordaba que ese es tu nombre, hasta que me dieron tu información, pero, eso no quiere decir que lo que te he pedido es extraño. — dice mi jefe y yo lo observo fijamente.— Es justamente lo que eso significa, señor
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