El instituto estaba cerca de casa, pero aún así, caminé durante casi 20 minutos. No me gustaba coger el camino directo: había demasiada gente mirándome de forma demasiado incómoda. Prefería callejear y evitar tantas personas como pudiera. El instituto para mí era una pesadilla: debido a mi problema, muchos me marginaban, pero había un pequeño grupo que se burlaba de mí todo el rato. Además, si no huía pronto y se juntaban varios, me pegaban. En realidad, podía defenderme, con mi fuerza, mis reflejos y las clases de artes marciales que recibí durante varios años, no tendría ningún problema, pero no lo hacía. Temía perder el escaso control mental que tenía, ya que cuándo me golpeaban, la vocecilla de mi cabeza sonaba enfurecida y exigía sangre. Si me defendía, quizás me pasase de fuerza y alguien terminase gravemente herido. Así que era mejor recibir los golpes sabiendo que en un rato estaría curada, a mandar al hospital a alguien sin querer. Lo único que hacía ligeramente agradable e
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