—Anda, Susan, mírame y dime de una vez lo arrepentida que estás de este matrimonio —me presionó, nivelando su mirada a la mía—. Dilo ahora, porque nunca más te daré otra oportunidad de hacerlo. Le sostuve la mirada, sintiendo sus dedos presionar mi brazo cada vez más fuerte. —Solo... diré que usted no merece nada de lo que tiene, nada en absoluto —le dije al fin a la cara, hablando pausadamente—. Y sí, me arrepiento de haber confiado en usted, ¡y no quiero ser su esposa, jamás lo quise! Pensé que mis palabras le harían molestar, que me miraría con ira. Pero él solo sonrió un poco y de la nada me tomó de la nunca con una mano, acercando mi rostro al suyo. —¿No merezco nada de lo que tengo, Susan? —inquirió con voz tranquila, observándome a los ojos. Aunque bajo esa aparente calma, pude ver cómo reprimía su enfado. —No, no lo merece —repetí lo de antes, haciendo caso omiso del latir rápido de mi corazón—. No merece la fortuna que tiene, ni el poder, y mucho menos merece tener
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