Con los labios separados y las mejillas rojas como manzanas, mantuve los ojos clavados en las formas del techo. Mientras abajo, me retorcía y jadeaba con rapidez, sintiendo un tipo de placer que no había sentido jamás. Era extraño, era increíble... Era intenso. —¿Aun crees que este sitio no es para mí, hermosa? —dijo entre mis muslos, colando otro tormentoso dedo en mi interior. Lo movió con habilidad y yo alcé las caderas, cerrando las manos y gimiendo muy alto. —Mírate, eres preciosa —musitó su voz, a la vez que subía una mano por mi abdomen y alcanzaba mis senos. Los rozó por encima del vestido, provocándome un jadeo. — Y aunque te negabas, estás gozando lo que hago contigo —agregó con las manos en mis pechos y lamiendo casi ferozmente esa parte de mí. Era la primera vez que un hombre me tocaba de esa forma tan sensual e íntima, y aunque sabía que pronto me sentiría avergonzada por dejarlo hacer eso conmigo, por ahora no podía evitar disfrutarlo. —¿Por qué... mintió
Bajé las escaleras del edificio llorando, mientras la oía gritarme desde el apartamento, llamandome por nombres horribles y ofensivos que una madre nunca debería decir a sus hijos. Pero extrañamente, no solo lloraba del dolor que me ocasionaba mi madre, también una parte de mí lloraba de alivio y esperanza, porque al fin tenía un escape y la oportunidad de hacer mi vida lejos de ella, muy lejos. Al fin estaba formando mi propia y querida familia. —Dios, ¿qué te ocurrió, Suzy? —exclamó Danielle con horror al verme entrar al coche—. ¿Estás bien? Yo quité la mano de mi frente y miré la palma, estaba teñida de sangre. En realidad, eso no era nuevo, mi madre ya me había golpeado antes. —Te llevaré con el médico del señor Bastián, porque sí él se entera que su esposa... Pero yo negué enseguida y sonreí, aun sollozando. No sonreía porque me resultase divertido que mi madre me haya golpeado, sino porque esa sería la última vez que ella pudiera golpear a su hija. Y lo sabía bien po
Sin dejarme decir nada, Israel colocó una palma en mi espalda y me empujó por la calle, caminando a mi lado. Me llevó hasta un bar, y después de hacerme sentar en una alejada mesa, pidió una cerveza. —¿Gustas algo, Suzy? Lo miré con desprecio y él sonrió. —Ah, claro, no puedes. Esperas al hijo de ese bastardo. Cuando el mesero le trajo su cerveza y él la bebió de un trago, al fin habló: —Realmente me hiciste enfadar ese día, esperaba contar contigo. Fue decepcionante y creí que habías arruinado mis planes. Exhaló y clavó la mirada en el techo. Poco a poco fue sonriendo. —Pero a los pocos días vi las fotos de tu boda por todos lados y esa m*****a mentira de que llevabas dos años casada con él. Casi me vuelto loco de la felicidad —terminó mirándome con una gran sonrisa mezquina. Y yo me pregunté cómo había estado cegada por tantos años, como me había enamorado de él y creído que era un hombre maravilloso. —Al final, Suzy, te casaste. Y no puedo desaprovechar eso. Apoy
Me llevé las manos a la cara y contuve las lágrimas de frustración, junto al dolor causado por lo que esa mujer acababa de hacerme. Ella se había ido y dejado allí, sola y a la deriva, sabiendo que nunca iba a llevarme a casa. Seguramente al día siguiente le contaría a sus amigas como se había burlado de la ingenua esposa del Ceo Bastián. Ellas se reíran de mí. Cuando me sentí un poco mejor para irme a casa, eran casi las 2 de la mañana y estaba lloviendo demasiado como para caminar o pedir un taxi. No me quedó de otra que decir mi nombre en la recepción y solicitar una llave para entrar al penhouse demi esposo. —Bienvenida, señora Bastián —dijo la chica y puso en mis manos una tarjeta dorada—. Esta es la llave del penhouse del Ceo Gabriel Bastián. Le agradecí y con los pies adoloridos por los tacones alto, subí hasta el último nivel del hotel. Estaba agotada y me sentía tan herida que solo quería dormir, además, él nunca sabría que había ido allí, pues estaba de viaje. O eso
Fruncí las cejas, aun con su mano cubriendo mi boca. No entendía su expresión maliciosa, tampoco esa emoción desconocida que parecía crecer dentro de él. —Me gusta la expresión molesta en tu rostro, Susan, y me gusta aún más tu actitud —declaró con placer, acercando sus labios a mi boca, cubierta por su palma. Y mirándome a los ojos, sonrió, presionando su boca contra el dorso de su propia mano, como si me estuviese besando. —La forma en que exiges que te tome en serio, que te trate como si esto fuese real... Me parece atractivo y sorprendente, más viniendo de alguien como tú. Eso ultimo sonó tan ofensivo que mi ceño se profundizo de indignación, provocando en él una corta risa baja. —Nunca pensé lo mucho que podría gustarme ser reprendido por una mujer, pero ¿sabes qué? Su sonrisa se hizo pequeña hasta desaparecer por completo, siendo sustituida por una mirada limpia y demasiado penetrante. Noté mis mejillas ruborizarse, y al fin vi lo que estaba pasando. —Me ha gustado mucho
Cuando vio que no contestaba, sus labios se cerraron y dio un agresivo paso hacia mí. Se subió el cierre del pantalón, zanjando el asunto. —¿Es por él? —increpó, de repente molesto—. Deberías aprovechar y decirme quién es él para ti, preciosa. Dímelo ahora, antes de que sea demasiado tarde. De repente, nuestra discusión había cambiado de rumbo. Se había desviado hacía un peligroso camino que yo no quería pisar. Sin dejarme poner un pie en el suelo, apoyó un dedo en mi barbilla y niveló nuestras miradas. En la suya había amenaza y desconfianza, también el mismo recelo con el que había mirado a Israel cuando lo conoció. —Así como tú me pides deshacerme de mis amoríos, yo te exijo lo mismo. Hablemos de nuestro pasado, de tu pasado, preciosa. Tragué saliva con nerviosismo. ¿Cómo le hablaría sobre Israel y decirle todo lo que había pasado con él? No quería hablar de eso, no quería contarle cómo me había enamorado de un idiota y ahora él me amenazaba con revelar nuestro secreto. Pero
Los dos anillos en la caja eran anillos de matrimonio, lo sabía bien porque yo estaba casada. En mi mano derecha, mi anillo de compromiso resplandecía junto a mi anillo de matrimonio. Pero ¿qué hacían esos anillos en el vestidor del señor Bastián? ¿Por qué él los tenía? Sin tener idea de lo que pasaba, cerré la pequeña caja y la devolví a su lugar. Luego me levanté y seguí arreglándome, aparentando estar tranquila. Aunque, en mi interior había un gran caos confuso. No había razón por la que el señor Bastián, un hombre ya casado, tuviese esos anillos. Aunque... Me congelé. ¿Quizás me había equivocado y Danielle significaba algo más para él que placer? ¿Y sí ellos se querían y él iba a proponerle matrimonio? ¿Tal vez antes de conocerme, el señor Bastián pensaba casarse con ella? Eso explicaría por qué que guardaba esos anillos ocultos en el fondo de ese cajón. Expiré con desaliento, sintiendo un pinchazo de culpa y pena. Tal vez yo había arruinado su felicidad, por eso su actitud
Ese día después de que Danielle se fue, mi esposo tuvo una larga conversación con su madre a puerta cerrada. Y yo solo pude esperar por ellos en el pasillo, acompañada por la secretaria principal, la señora Amelia. Cuando al fin las puertas volvieron a abrirse, Beatrice salió primero y aunque me habló con amabilidad, supe que se encontraba aun molesta, y que ya sabía todo lo que había pasado entre su hijo y Danielle. —Me quedaré unos días con ustedes, Suzy, ¿no te importa? Yo sonreí y negué de inmediato, contenta de poder conocerla más. Y así fue, el señor Bastián me envió a casa junto a su madre, aunque él no nos acompañó. En casa, ambas conversamos ese día sobre mis estudios y en la cena hablamos mucho sobre mi bebé, aunque ninguna mencionó nada sobre Danielle y su relación con el señor Bastián. —Supe sobre la verdadera razón por la que se casó contigo, Suzy —fue lo único que dijo la señora Bastián sobre mi boda con su hijo—. Aunque eso no me decepciona, yo deseaba fervientem